Ecuador, en honor del ilustre escritor
ambateño Juan Montalvo, celebra anualmente, cada 13 de abril, el día del
maestro ecuatoriano. Es una fecha memorable que nos hace recordar a célebres
profesores que, con el devenir del tiempo, se han ganado el título de maestros,
tanto de la ciencia como de la vida. Todos, sin excepción, se merecen nuestro
respeto y aprecio: desde la maestra parvularia hasta el erudito universitario:
todos han aportado a nuestro desarrollo humanoy académico.
Son muchos los sentimientos que
florecen en mi alma al recordar mis años de infancia cuando era el dolor de
cabeza de mi maestra de jardín. ¡Cuántos corajes le hice pasar! ¡Cuántas
travesuras hice en el aula de clases! Desde regar goma sobre todos los peluches
hasta ponerle sobrenombres y el pie a ella para que se cayera. Sin embargo,
todas estas experiencias fueron formando mi carácter hasta tal punto que hoy
comparto la docencia con todos los que soportaron mis inquietudes hasta mis más
absurdas preguntas, inclusive en mi formación universitaria.
Hoy, al maestro ecuatoriano y en
general, quiero aportar mis pensamientos para definirlo como tal, sabiendo que
faltarán libros para determinar quién es en realidad el maestro y la maestra.
El maestro, sí, el maestro, en todas sus facetas, es el eterno estudiante, el
que no está saciado de lo que ya aprendió, sino que todos los días busca el
conocimiento para dar todo de sí a sus discípulos. Es un peregrino de los
caminos, porque recorre toda una vida con aquellos que un día serán profesionales,
porque no se cansa de acompañar en la senda del conocimiento a hombres y
mujeres. Es un arquitecto, porque en sus manos está ayudar a planificar y a
construir la vida de los seres humanos. Es un ingeniero, porque todos los días
tienen que inventar y crear nuevas formas de enseñar, haciendo de este proceso
una aventura y no un suplicio. Es un médico, porque por medio de sus
conocimientos y accionar debe sanar las heridas y enfermedades de la
mediocridad, porque tiene que administrar la medicina necesaria para evitar que
el mundo se contamine de aquello que le esclaviza a ser lo más vil que
pueda existir. Es un profeta, porque a tiempo y a destiempo, tiene que anunciar
y denunciar los males de este conglomerado social, motivar a sus estudiantes a
levantarse contra la tiranía y opresión que cualquier persona puede provocar en
contra los demás. Es un guerrero, porque todos los días libra y enfrenta
guerras y batallas contra todo aquello que pretende menoscabar la integridad de
los seres racionales. Es un psicólogo, porque conoce a todos sus estudiantes y
sabe cuándo tienen problemas y su alma está acongojada. Es un padre, porque
muchas veces tiene que ocupar este puesto y ser padre para muchos huérfanos en
vida. Es un amigo, porque de esta forma sus ideas y conocimientos serán
recibidos en un clima de sana confianza. Es aquel que hace lo que otros no
quieren hacer. Es aquel que no se conforma con lo que hace, sino que busca
siempre innovar su profesión. Es aquel que busca mejorar la calidad de vida de
la humanidad. Muchas veces, es el incomprendido, el perseguido, el negado,
porque lo llegan a considerar un dios, incapaz de errar en la vida. Ante toda
esta realidad es un ser humano que vive como todos, que siente, sufre, llora y
se alegra en los vaivenes de esta existencia. Perdóname, Maestro y Maestra, si
me olvido de decir algo más de ti.
Embargado de los más nobles
sentimientos, elevo mis palabras al eterno firmamento para eternizar en el
tiempo y el espacio la figura del maestro. Compañeros que conmigo comparten el
noble trabajo de profesores, no se consideren maestros, si no preparan sus
clases. No ostenten ser maestros si no les gusta estudiar. No se estimen como
maestros cuando hasta un mosquito les hace perder la paciencia. No se precien
de ser maestros cuando no se someten a su profesión, como la esposa que está
locamente enamorada de su esposo. No se tengan por maestros cuando no hacen el
más mínimo esfuerzo por mejorar sus defectos y vicios. Tengan en cuenta que han
sido llamados por Dios a través de la Educación a ser apóstoles del
conocimiento y es Dios mismo quien les pedirá rendición de cuentas al atardecer
de nuestras vidas, no cuánto estudiaron o cuántos títulos consiguieron, sino
con cuánto amor trabajaron por la niñez y la juventud. Somos los heraldos
del saber. Hemos sido consagrados por la Educación para dedicarnos de lleno a
nuestros estudiantes. Al final del camino, cosecharemos todo lo sembrado en
nuestra sociedad.