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miércoles, 31 de octubre de 2012

LOS ENFERMEROS DE LA MUERTE



Todo estaba oscuro, más oscuro que las noches del inframundo. Nadie vio, nadie presenció la matanza de una inocente enfermera que toda su vida la dedicó al servicio de los enfermos. El criminal perfecto, lleno de sentimientos macabros, le segó la vida a Nancy Pérez, enfermera de profesión del hospital “Mercurio”, donde hacía ya 25 años que se había entregado por completo a la atención humilde y solícita hacia aquellos enfermos del alma y del cuerpo. Fue la noche del 31 de octubre del 2011 en que la señora de la limpieza, doña Doris Pesantes, entró a la sala de reuniones y pudo contemplar una escena sangrienta, digna de toda una carnicería. Sí, doña Doris encontró a la enfermera Nancy Pérez, tirada en el suelo, bañada en su propia sangre, con los siguientes detalles: labios y orejas cortados, piezas dentales fuera de su lugar, ojos arrancados, abdomen y vientre abierto, con los intestinos desparramados, cabello rapado y dedos arrancados. Doña Doris, una vez contemplada esta masacre, salió corriendo a avisarle al Dr. Carlos Cedeño, director del hospital, para que diera parte a la policía. Todo el hospital, a eso de las once de la noche se convirtió en el centro de la atracción de todos. Llegaron los medios de comunicación. Toda la ciudad de San Jorge estaba conmocionada ante este brutal crimen. Al parecer, el criminal no había dejado rastro alguno de su crimen, por ello, todo el personal del “Mercurio” se convirtió en sospechoso. Todos comentaban que Nancy no tenía enemigos. Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, las malas lenguas ya dejaban salir sus ideas temerarias respecto del presunto criminal. Todos decían que los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano tenían que ver algo en ese caso. Eran los únicos empleados que no tenían amistad con la difunta Nancy. Los Servidores de la Justicia aparecieron para el levantamiento del cadáver. Los familiares de Nancy, llenos de odio y tristeza, llevaron a cabo todos los trámites legales hasta terminar con la cristiana sepultura de tan bondadosa enfermera. Los parientes de Nancy no se resignaron ante la muerte de ella, por tanto, contrataron los servicios secretos del inspector Jorge Delgado, detective privado, con 25 años de experiencia en las artes detectivescas, formado en las bases secretas de Rusia. Alejandro Robles, esposo de Nancy, hizo los contactos con aquel detective para que consiguiera a como dé lugar al o los criminales. Así que el día 02 de noviembre del 2011, llegó a San Jorge, vestido de vendedor de libros, el famoso Jorge Delgado, para evitar que fuera identificado como detective. Llegó a casa de Alejandro, tomó todos los datos posibles de la fallecida y se fue al hospital “Mercurio” en son de conseguir el trabajo de conserje que, por casualidades de la vida, estaba vacante. En un dos por tres, Jorge Delgado ya estaba trabajando como conserje. Rápidamente entabló amistad con todo el personal de servicio de aquella casa de salud. Con su gran sentido del humor, pudo obtener información, sobre todo, de doña Doris, puesto que además de servir en la limpieza, era la famosa lleva y trae de todos los chismes del hospital. Doris le dijo a Jorge que, supuestamente, Nancy fue amante del Dr. Carlos Cedeño y que, los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano, acabaron con la vida de aquella, dado que ambos le tenían envidia. Jorge Delgado dedujo lo siguiente: “El Dr. Carlos Cedeño es el director del hospital “Mercurio”. Nancy Pérez fue su enfermera de confianza. Eduardo Mendoza estaba locamente enamorado de Nancy, pero nunca le hizo caso. Olimpia Zambrano estaba enamorada del director del hospital, pero nunca pudo ganarse el amor ni la confianza de él. Ambos enfermeros odiaban a muerte a Nancy. En consecuencia, ambos mataron a Nancy”. El silogismo lo descubría todo. Pero, eran meras suposiciones. Así que fue más allá del asunto. Empezó con la búsqueda de las pistas antes de inculpar a los presuntos autores físicos e intelectuales de la muerte de Nancy. El día 13 de diciembre, el Dr. Carlos Cedeño lo envió a limpiar el lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida de Nancy, porque hasta la fecha, la policía de San Jorge no había empezado las investigaciones del caso. Jorge fue a la brevedad del tiempo a limpiar dicho lugar. En cuanto lo abrió, olores desagradables llegaron a su nariz y casi pierde el conocimiento. La sangre ya estaba negra y pegada al suelo. Empezó a limpiar baldosa por baldosa. Usó sustancias desinfectantes muy poderosas para sacar todas las manchas de sangre y las bacterias que ya habían hecho su morada en aquel suelo. Cepilló y cepilló, casi hasta romper el suelo. De repente, cuatro baldosas se levantaron de la presión que Jorge ejercía con la escoba al intentar sacar todo rastro de sangre. Con mucha delicadeza fue apartando las baldosas para ver qué era lo que había debajo de ellas. Tal fue su impresión al encontrar allí una sierra eléctrica, un bisturí, un alicate, una máquina de cortar cabello, un hacha, un cincel y un frasco de formol. Muchas ideas nacieron en la mente de Jorge. El aguijón de la curiosidad ya había puesto su veneno en cada una de sus neuronas. Así que, muy meticulosamente, dedujo las siguientes conclusiones: “Eduardo y Olimpia, cegados por los celos y la envidia, decidieron matar a Nancy. La fiel enfermera, digna de toda la confianza del director del hospital, estuvo descansando en las horas libres del turno de la noche. Sus brutales asesinos la estaban esperando escondidos detrás de los archivadores de la sala de reuniones. Al entrar Nancy en aquel lugar sintió que ya la muerte la estaba esperando pues un viento frío pasó rozando su cuerpo. De pronto, se apagaron las luces de la sala. Nancy no perdió la calma y esperó a que el sistema eléctrico se arreglara. En unos instantes, de entre las sombras, salieron dos esbirros de la muerte y la sujetaron fuertemente y, con un pañuelo empapado en formol, la durmieron. Encendieron las luces y se armó una carnicería. Con la sierra eléctrica, Eduardo le cortó los labios y las orejas. Con el alicate, Olimpia le fue sacando cada una de las piezas dentales. Con la máquina de cortar cabello, la raparon. Con el bisturí, le abrieron el abdomen y el vientre. Con el cincel le extirparon los ojos. Y, con el hacha, le arrancaron los dedos. Estos criminales, casi perfectos, escondieron las armas homicidas debajo del suelo de aquella sala. Así que levantaron cuatro baldosas, pusieron allí aquellos utensilios, pero no se dieron cuenta que sus credenciales de trabajo también quedaron sepultadas allí por equivocación, pues se cayeron del bolsillo de sus mandiles sin que se dieran cuenta”. Jorge ya tenía casi todo listo. Sus deducciones lo acercaban más a los criminales. Sólo faltaba encontrar el momento oportuno para confirmar sus inferencias. Así que decidió que en la misma sala que sirvió de altar sacrificial para Nancy, serviría de emboscada para comprobar su culpabilidad. Entonces, decidió dejar allí, oculto en uno de los floreros, un pequeño micrófono que permitiría grabar todas las conversaciones de los que entraran a la sala de reuniones. Llegó el año 2012. La policía de San Jorge, recién abría el expediente para iniciar las investigaciones del caso “Mercurio”, pero ya Jorge Delgado les llevaba la delantera. Fue un 25 de enero de aquel nuevo año que Eduardo y Olimpia fueron a descansar en sus horas libres del turno de trabajo. Olimpia se sentó plácidamente en uno de los sofás y empezó a reírse a carcajadas, al momento se le unió Eduardo. Olimpia exclamó: “Ineptos policías de San Jorge, nunca darán con nosotros. Somos los criminales perfectos. Nunca sabrán que tú y yo, le dimos muerte a esa mosca muerta”. Pobre mujer, no sabía que sus palabras ya la habían condenado. Todo su discurso fue escuchado por el director del hospital, pues éste sabía muy bien, desde el principio, que Jorge Delgado no era un simple conserje, sino también detective. Escuchó todos los comentarios de Olimpia y Eduardo. Los grabaron y fueron llevados inmediatamente a la jefatura de policía. El 26 de enero del 2012, Olimpia y Eduardo eran escoltados por muchos policías. Los jueces de turno condenaron a este par de alimañas a 90 años de prisión de máxima seguridad, a cadena perpetua y trabajos forzados. Los familiares de Nancy ya estaban en paz porque al fin se estaba condenando a estos desterrados de la vida por tan horrendo crimen. El hospital “Mercurio” pudo gozar de paz y tranquilidad al saber que el alma de Nancy ya descansaba en paz. Y todos se quedaron sorprendidos al saber que el humilde conserje fue el responsable de descubrir a ese par de rufianes. Jorge Delgado, habiendo terminado sus investigaciones, se fue del hospital, en medio de una sonada fiesta de agradecimiento, diciendo las siguientes palabras: “Amigos míos, sepan que la Policía ni el Estado me pagan por mis investigaciones. Tampoco soy la última rueda del coche para suplir la inoperancia de los Servidores de la Justicia. Una cosa sí les digo, mientras haya criminales y casos que a la luz de la razón y la verdad no se puedan resolver, yo no los dejaré en paz. Yo, iré al mismo infierno, si es posible, hasta encontrar a los desalmados que andan por el mundo quitando vidas o haciendo fechorías en perjuicio del prójimo. Yo no les daré rienda suelta a estos proscritos de la sociedad que, sin tener rumbo cierto, andan vagando por este valle de lágrimas, queriendo hacer reinar el mal. La Justicia me eligió desde el vientre materno para castigar los crímenes del mundo. Lo digo, lo confirmo y lo vivo. Gracias a todos. ¡Que viva la Justicia! ¡Que viva la  Verdad!

AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.

sábado, 6 de octubre de 2012

MANTACRÓPOLIS





MANTACRÓPOLIS

Allá por el año 2500 D.C. nuestra querida ciudad de Manta había perdido toda su belleza, debido a la falta de agua y a toda la contaminación que produjo la construcción de la refinería del Pacífico. El cielo se tornó gris, el aire, espeso y, el sol llegó a incrementar el calor, lo que produjo que todos nuestros árboles desaparecieran. El sistema presidencial había desaparecido. Cada provincia tenía un líder el cual gobernaba a todas las familias. El Ecuador de los Incas se estaba desmoronando. Para aquel entonces Manta se había convertido en un gran centro de avances científicos. Los pocos científicos habían descubierto un planeta verde similar al nuestro el cual fue bautizado como planeta Umiña. Era el mes de enero y este mismo grupo de científicos nos informaron que Manta desaparecería el 15 de diciembre del año 2500. Así que los poquísimos pobladores junto con los científicos decidimos construir una poderosa nave para salvar nuestras vidas. Los habitantes de Manta estábamos siendo liderados por el capitán Yoryo, el cual, con todas sus capacidades físicas e intelectuales, se puso al servicio de nuestro pueblo.

Para llegar al planeta Umiña construimos una magnífica nave espacial. Trabajamos días y noches sin descanso, hasta que pudimos construir un inmenso barco el cual viajaría por el espacio mediante cien mil cohetes dispuestos en la base de este nuevo invento. El combustible de la nave era una mezcla de cobre, estaño, hierro y aluminio fundidos. La nave tenía una longitud de diez mil metros de largo por quinientos metros de ancho. La nave fue construida de diamantes y esmeraldas extraídos desde las profundidades de la Isla de la Plata. Reunimos toneladas de diamantes y ciento de miles de esmeraldas que fueron fundidos para poder construir el armazón, las bases y todo el cuerpo de la nave. En ella colocamos las computadoras más avanzadas con la tecnología de punta que nuestros científicos habían desarrollado.
Llegó el día fatídico, 15 de diciembre y, con lágrimas en nuestros ojos, encendimos nuestra nave y emprendimos el viaje sin retorno mientras veíamos a Manta  y al mundo entero explotar en mil pedazos. Viajamos millones y millones de años luz. Contemplamos a nuestro paso cada uno de los planetas que habíamos estudiado a través de láminas educativas. ¡Cuán hermoso fue contemplar las estrellas! Nuestra nave superó la velocidad de la luz y tardamos en llegar a nuestro nuevo hogar en menos de 200 años. Para no envejecer, tuvimos que encerrarnos en cápsulas de suspensión temporal, es decir, al quedarnos encerrados en las cápsulas, el tiempo no afectaría nuestros cuerpos y mantendríamos la misma edad con la que salimos de la Tierra. Las cápsulas estaban programadas para despertarnos después de los 200 años (según nuestros cálculos) que tardaríamos en llegar a nuestro nuevo hogar, situado en la galaxia de Andrómeda. Al fin, llegamos a nuestro nuevo domicilio. El planeta Umiña tenía forma de cubo donde encontramos árboles de todos los colores, animales que tenían alas, inmensas extensiones de aguas cristalinas. El aire que rodeaba al planeta Umiña era muy suave y delicioso. El sol no quemaba nuestra piel. La luna salía todas las noches y de sus rayos pudimos conseguir energía suficiente para iluminar nuestras casas.

A ejemplo de los conquistadores españoles decidimos fundar la primera ciudad cuyo nombre fue Mantacrópolis en recuerdo de nuestra ciudad de Manta y porque ahora estábamos en lo más alto del firmamento, más allá de las estrellas. Empezamos una nueva vida en este planeta. Construimos nuestras casas con la madera metálica que salía de los árboles de aquellos parajes. Levantamos gigantescos tanques reservorios de agua los cuales abastecían a nuestros hogares. Hicimos surcos en la tierra para dividir las calles hechas de caucho galáctico. No pudimos salir de Manta sin olvidarnos de llevar nuestras semillas y animales para que se perpetuaran. Así que no pasamos hambre por los nuevos alimentos que encontramos en Umiña. Nuestras especies también se desarrollaron allí. Lo más sorprendente de este planeta fue haber encontrado especies fantásticas, nunca antes vistas, tales como: asnos voladores, cóndores de plumaje dorado como el sol, gallinas de vuelo veloz,  monos corredores, leones con cuerpo de lobos, entre otras especies.

Somos diez familias las que llegamos, sanos y salvos, a Umiña. De cada una de ellas, somos diez jóvenes que estamos explorando este nuevo mundo cuyo cielo es más verde que las esmeraldas. Ellos son: Elián, Eliana, Alejandro, Alejandra, Damián, Damiana, Yulián, Yuliana, Eduarda y yo, Eduardo, quien les ha contado a ustedes, esta travesía que aún no acaba, porque no sabemos qué secretos guarda el planeta Umiña y seguimos siendo liderados por el capitán Yoryo. Sólo sé que asombrosas y galácticas aventuras nos esperan. Así que no se desconecten del sistema, porque seré quien les siga narrando nuestras hazañas por nuestra consolidación como la nueva raza de seres humanos presentes en el espacio infinito.




AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.

Lucía