Todo
estaba oscuro, más oscuro que las noches del inframundo. Nadie vio, nadie
presenció la matanza de una inocente enfermera que toda su vida la dedicó al
servicio de los enfermos. El criminal perfecto, lleno de sentimientos macabros,
le segó la vida a Nancy Pérez, enfermera de profesión del hospital “Mercurio”,
donde hacía ya 25 años que se había entregado por completo a la atención
humilde y solícita hacia aquellos enfermos del alma y del cuerpo. Fue la noche
del 31 de octubre del 2011 en que la señora de la limpieza, doña Doris Pesantes,
entró a la sala de reuniones y pudo contemplar una escena sangrienta, digna de
toda una carnicería. Sí, doña Doris encontró a la enfermera Nancy Pérez, tirada
en el suelo, bañada en su propia sangre, con los siguientes detalles: labios y
orejas cortados, piezas dentales fuera de su lugar, ojos arrancados, abdomen y
vientre abierto, con los intestinos desparramados, cabello rapado y dedos
arrancados. Doña Doris, una vez contemplada esta masacre, salió corriendo a
avisarle al Dr. Carlos Cedeño, director del hospital, para que diera parte a la
policía. Todo el hospital, a eso de las once de la noche se convirtió en el
centro de la atracción de todos. Llegaron los medios de comunicación. Toda la
ciudad de San Jorge estaba conmocionada ante este brutal crimen. Al parecer, el
criminal no había dejado rastro alguno de su crimen, por ello, todo el personal
del “Mercurio” se convirtió en sospechoso. Todos comentaban que Nancy no tenía
enemigos. Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra. Sin embargo,
las malas lenguas ya dejaban salir sus ideas temerarias respecto del presunto
criminal. Todos decían que los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano
tenían que ver algo en ese caso. Eran los únicos empleados que no tenían
amistad con la difunta Nancy. Los Servidores de la Justicia aparecieron para el
levantamiento del cadáver. Los familiares de Nancy, llenos de odio y tristeza,
llevaron a cabo todos los trámites legales hasta terminar con la cristiana
sepultura de tan bondadosa enfermera. Los parientes de Nancy no se resignaron
ante la muerte de ella, por tanto, contrataron los servicios secretos del
inspector Jorge Delgado, detective privado, con 25 años de experiencia en las
artes detectivescas, formado en las bases secretas de Rusia. Alejandro Robles,
esposo de Nancy, hizo los contactos con aquel detective para que consiguiera a
como dé lugar al o los criminales. Así que el día 02 de noviembre del 2011,
llegó a San Jorge, vestido de vendedor de libros, el famoso Jorge Delgado, para
evitar que fuera identificado como detective. Llegó a casa de Alejandro, tomó
todos los datos posibles de la fallecida y se fue al hospital “Mercurio” en son
de conseguir el trabajo de conserje que, por casualidades de la vida, estaba
vacante. En un dos por tres, Jorge Delgado ya estaba trabajando como conserje.
Rápidamente entabló amistad con todo el personal de servicio de aquella casa de
salud. Con su gran sentido del humor, pudo obtener información, sobre todo, de
doña Doris, puesto que además de servir en la limpieza, era la famosa lleva y
trae de todos los chismes del hospital. Doris le dijo a Jorge que,
supuestamente, Nancy fue amante del Dr. Carlos Cedeño y que, los enfermeros
Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano, acabaron con la vida de aquella, dado que
ambos le tenían envidia. Jorge Delgado dedujo lo siguiente: “El Dr. Carlos
Cedeño es el director del hospital “Mercurio”. Nancy Pérez fue su enfermera de
confianza. Eduardo Mendoza estaba locamente enamorado de Nancy, pero nunca le
hizo caso. Olimpia Zambrano estaba enamorada del director del hospital, pero
nunca pudo ganarse el amor ni la confianza de él. Ambos enfermeros odiaban a
muerte a Nancy. En consecuencia, ambos mataron a Nancy”. El silogismo lo
descubría todo. Pero, eran meras suposiciones. Así que fue más allá del asunto.
Empezó con la búsqueda de las pistas antes de inculpar a los presuntos autores
físicos e intelectuales de la muerte de Nancy. El día 13 de diciembre, el Dr.
Carlos Cedeño lo envió a limpiar el lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida
de Nancy, porque hasta la fecha, la policía de San Jorge no había empezado las
investigaciones del caso. Jorge fue a la brevedad del tiempo a limpiar dicho
lugar. En cuanto lo abrió, olores desagradables llegaron a su nariz y casi
pierde el conocimiento. La sangre ya estaba negra y pegada al suelo. Empezó a
limpiar baldosa por baldosa. Usó sustancias desinfectantes muy poderosas para
sacar todas las manchas de sangre y las bacterias que ya habían hecho su morada
en aquel suelo. Cepilló y cepilló, casi hasta romper el suelo. De repente,
cuatro baldosas se levantaron de la presión que Jorge ejercía con la escoba al
intentar sacar todo rastro de sangre. Con mucha delicadeza fue apartando las
baldosas para ver qué era lo que había debajo de ellas. Tal fue su impresión al
encontrar allí una sierra eléctrica, un bisturí, un alicate, una máquina de
cortar cabello, un hacha, un cincel y un frasco de formol. Muchas ideas
nacieron en la mente de Jorge. El aguijón de la curiosidad ya había puesto su
veneno en cada una de sus neuronas. Así que, muy meticulosamente, dedujo las
siguientes conclusiones: “Eduardo y Olimpia, cegados por los celos y la
envidia, decidieron matar a Nancy. La fiel enfermera, digna de toda la
confianza del director del hospital, estuvo descansando en las horas libres del
turno de la noche. Sus brutales asesinos la estaban esperando escondidos detrás
de los archivadores de la sala de reuniones. Al entrar Nancy en aquel lugar
sintió que ya la muerte la estaba esperando pues un viento frío pasó rozando su
cuerpo. De pronto, se apagaron las luces de la sala. Nancy no perdió la calma y
esperó a que el sistema eléctrico se arreglara. En unos instantes, de entre las
sombras, salieron dos esbirros de la muerte y la sujetaron fuertemente y, con
un pañuelo empapado en formol, la durmieron. Encendieron las luces y se armó
una carnicería. Con la sierra eléctrica, Eduardo le cortó los labios y las
orejas. Con el alicate, Olimpia le fue sacando cada una de las piezas dentales.
Con la máquina de cortar cabello, la raparon. Con el bisturí, le abrieron el
abdomen y el vientre. Con el cincel le extirparon los ojos. Y, con el hacha, le
arrancaron los dedos. Estos criminales, casi perfectos, escondieron las armas
homicidas debajo del suelo de aquella sala. Así que levantaron cuatro baldosas,
pusieron allí aquellos utensilios, pero no se dieron cuenta que sus
credenciales de trabajo también quedaron sepultadas allí por equivocación, pues
se cayeron del bolsillo de sus mandiles sin que se dieran cuenta”. Jorge ya
tenía casi todo listo. Sus deducciones lo acercaban más a los criminales. Sólo
faltaba encontrar el momento oportuno para confirmar sus inferencias. Así que
decidió que en la misma sala que sirvió de altar sacrificial para Nancy,
serviría de emboscada para comprobar su culpabilidad. Entonces, decidió dejar
allí, oculto en uno de los floreros, un pequeño micrófono que permitiría grabar
todas las conversaciones de los que entraran a la sala de reuniones. Llegó el
año 2012. La policía de San Jorge, recién abría el expediente para iniciar las
investigaciones del caso “Mercurio”, pero ya Jorge Delgado les llevaba la
delantera. Fue un 25 de enero de aquel nuevo año que Eduardo y Olimpia fueron a
descansar en sus horas libres del turno de trabajo. Olimpia se sentó plácidamente
en uno de los sofás y empezó a reírse a carcajadas, al momento se le unió
Eduardo. Olimpia exclamó: “Ineptos policías de San Jorge, nunca darán con
nosotros. Somos los criminales perfectos. Nunca sabrán que tú y yo, le dimos
muerte a esa mosca muerta”. Pobre mujer, no sabía que sus palabras ya la habían
condenado. Todo su discurso fue escuchado por el director del hospital, pues
éste sabía muy bien, desde el principio, que Jorge Delgado no era un simple
conserje, sino también detective. Escuchó todos los comentarios de Olimpia y
Eduardo. Los grabaron y fueron llevados inmediatamente a la jefatura de
policía. El 26 de enero del 2012, Olimpia y Eduardo eran escoltados por muchos
policías. Los jueces de turno condenaron a este par de alimañas a 90 años de prisión
de máxima seguridad, a cadena perpetua y trabajos forzados. Los familiares de
Nancy ya estaban en paz porque al fin se estaba condenando a estos desterrados
de la vida por tan horrendo crimen. El hospital “Mercurio” pudo gozar de paz y
tranquilidad al saber que el alma de Nancy ya descansaba en paz. Y todos se
quedaron sorprendidos al saber que el humilde conserje fue el responsable de
descubrir a ese par de rufianes. Jorge Delgado, habiendo terminado sus
investigaciones, se fue del hospital, en medio de una sonada fiesta de
agradecimiento, diciendo las siguientes palabras: “Amigos míos, sepan que la
Policía ni el Estado me pagan por mis investigaciones. Tampoco soy la última
rueda del coche para suplir la inoperancia de los Servidores de la Justicia.
Una cosa sí les digo, mientras haya criminales y casos que a la luz de la razón
y la verdad no se puedan resolver, yo no los dejaré en paz. Yo, iré al mismo
infierno, si es posible, hasta encontrar a los desalmados que andan por el
mundo quitando vidas o haciendo fechorías en perjuicio del prójimo. Yo no les
daré rienda suelta a estos proscritos de la sociedad que, sin tener rumbo
cierto, andan vagando por este valle de lágrimas, queriendo hacer reinar el
mal. La Justicia me eligió desde el vientre materno para castigar los crímenes
del mundo. Lo digo, lo confirmo y lo vivo. Gracias a todos. ¡Que viva la
Justicia! ¡Que viva la Verdad!
Este blog lo comparo con Delfos, pero no es el oráculo donde Apolo revela sus profecías. Este Delfos revela mi imaginación y creatividad. Este blog está destinado a la publicación de mis composiciones literarias, propias de la literatura contemporánea. Todas ellas las entrego a mis lectores para que sepan que no es difícil ser escritor. Si lees diariamente y te dejas llevar por la inspiración que aparece sin que la llames, llegarás a ser un excelente escritor.
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martes, 19 de agosto de 2014
El burro valiente
Había
una vez en un reino muy lejano, seres, tantos humanos como animales que se
entendían y hablaban nuestro idioma. En
este reino el sol y la luna reinaban juntos. No había noche. Todo era luz. Las estrellas jugaban con los
seres humanos. Los animales, en todas sus especies, eran buenos amigos de
hombres y mujeres. Los habitantes de este reino no tenían reyes. Cada familia
era responsable de sus actos. Cada padre de familia gobernaba su hogar junto a
su esposa. Los
ríos eran de cristal puro. Las montañas eran muy elevadas y casi que tocaban el
cielo. Los árboles eran tan altos como las montañas. El mar era muy claro que se
podía ver todo cuanto había en él. Resulta ser que en este reino vivía una
familia de campesinos que tenían seis hijos. El papá se llama Antenor, la mamá,
Astrid. Su hijos se llamaban: Calisto, Damaris, Homero, Irene, Leonidas y
Urania. Esta
familia tenía un burro y un caballo que les servían en todas sus tareas
diarias. Eran muy buenos amigos. El burro era fuerte, respetuoso y hablaba
elegantemente. El caballo era robusto, delicado, pero su lenguaje era muy
orgulloso.
Un
día la familia salió al campo a descansar. Llevaron comida y todo lo necesario
para una tarde en familia. Asimismo fueron el burro y el caballo cargando los
alimentos en grandes alforjas. Los hijos de Antenor y Astrid jugaban con las
mariposas y los gorriones que se les habían acercado. Pero, nadie se percató
que Urania había tomado al burro y al caballo a los cuales llevó a pasear por
el río. Amarró a los dos animales a un árbol, mientras ella decidió tomar un
baño en el río. Pero ella nunca supo que el río era profundo. Urania empezó a
gritar, pero ninguno de sus hermanos la pudo escuchar. El burro empezó a
rebuznar fuertemente, pero el caballo ni siquiera un pequeño relincho pudo
pronunciar.
El
burro le dijo al caballo:
-Tenemos
que salvar a Urania. Se puede ahogar. La pequeña no sabe nadar.
El
caballo le contestó:
-No
es mi problema. No puedo exponer mi vida por salvar a esa traviesa.
El
burro volvió a decirle:
-¿Por
qué eres así? Sólo piensas en ti. Nunca vas a cambiar.
El
caballo no se quedó atrás y dijo:
-Anda
tú, burro valiente y rescata a tu amiga. Yo no me moveré de aquí.
El
burro, con mucha fuerza, pudo romper la soga que lo tenía amarrado al árbol y
salió corriendo velozmente como el viento. Se tiró al río y como todo un hombre
pudo nadar hasta sumergirse. El caballo viendo que no salían del río, decidió
ir en busca de la familia de Urania. Todos llegaron y lloraban desesperados.
Sin embargo, no perdieron la esperanza. El burro pudo salir ileso con Urania,
aunque ella estaba inconsciente. Una vez que estuvieron en tierra firme, Astrid
le dio respiración boca a boca a su hija. Urania recuperó el conocimiento.
Todos estaban contentos. Y esa tarde, casi de noche, festejaron la hazaña
heroica del burro.
La verdadera amistad
nos lleva a realizar grandes hazañas.
Todo te lo di y todo te lo quité
Carlos
Julio nunca supo que todo lo que recibió de su padre, cuando este aún estuvo
vivo, desde el más allá, se lo quitaría, por no haber administrado
correctamente sus bienes.
Nada
es eterno en esta vida. Todo lo que el Cielo nos regala, nos puede ser quitado,
por nuestra forma disoluta de administrar los dones del presente.
Carlos
Julio, joven de veinticinco años, de ojos café claro, cabello castaño y lacio,
de estatura media, muy alegre, gustoso del alcohol, desobediente en sumo grado
con su madre y con su hermana mayor, mimado enormemente por su padre, siempre
hizo su voluntad. A pesar de recibir todo de su padre, nunca valoró esos
beneficios. Abusó de su virilidad y vivió íntimamente con cuanta mujer conoció.
Ni su propia casa la respetó. En la casa de sus padres, él mantenía intimidad
con sus amantes. Nunca le importó que lo escucharan o lo vieran sus familiares,
cuando su cuerpo y el de sus amantes se unían para satisfacer sus instintos
sexuales. Su hermana mayor estaba cansada ya de estas situaciones indecorosas.
Su madre nunca le dijo nada, porque era su eternamente consentido. Por estas
situaciones, Carlos Julio y su hermana mayor siempre discutieron y sus
relaciones fraternales se fueron destruyendo lentamente, de la misma manera que
la polilla carcome sigilosamente la madera.
El
padre de Carlos Julio falleció definitivamente en enero, cuya fecha no la
recuerdo exactamente. Por repetidas ocasiones estuvo a punto de morir, pero
siempre regresó de la muerte, porque él siempre dijo: “Dios no me quiere todavía. El
diablo es mi pana”. Quien lo escuchó, siempre dedujo que él tenía pacto
con el coludo. En vida, siempre fue el dolor de cabeza de sus padres, incluso,
llegó a golpear a su padre con una banda de motor de carro. Su padre lo maldijo
diciéndole: “Con la misma vara que midas serás medido”… El padre de Carlos
Julio también fue amigo fiel del trago. Por todo bebió, hasta por haber
terminado de arreglar su carro. Dicen las malas lenguas que también abusó de su
virilidad y que se tiró algunas canitas al aire, aun estando casado. Esas
mismas malas lenguas dicen que violó a una prima y que, luego de consumir el
acto sexual, la mató. Anduvo huyendo de la Justicia. Los pesquisas de aquella
época lo buscaron cielo y tierra. Su padre y su hermano mayor fueron golpeados
brutalmente por los pesquisas para que confesaran el paradero del padre de
Carlos Julio. Sin embargo, no confesaron nada. A pesar de los múltiples golpes,
nunca delataron al homicida y violador.
El
padre de Carlos Julio tuvo muchos problemas económicos, después de haber tenido
todo. Durante los últimos años de su vida, padeció de cirrosis al hígado. Esta
enfermedad le dio, como característica particular, una inmensa barriga con el
ombligo brotado. Antes de morir, hizo lo que pudo por dejarles con qué vivir a
su familia. Les dejó un taxi, pues fue taxista de profesión.
El
padre de Carlos Julio murió rodeado de sus hermanos y familiares. Pero, antes
de morir, Carlos Julio le prometió a su padre que siempre velaría por su
familia. Nunca cumplió con su promesa. En el fondo, quiso siempre que su padre
se muriera, para hacer todo lo que él
quería. Pasaron tres años después de la muerte del padre de Carlos Julio. La
madre viuda, su hermana mayor y sus dos hijos, se vieron siempre necesitados de
Carlos Julio, pero él nunca se preocupó de ellos, aunque guardase el dinero que
obtuvo todos los días con su taxi… Y siguió abusando de su virilidad, del
alcohol y de las carreras que practicó con sus amigos taxistas en el taxi de su
difunto padre.
Un domingo, Carlos Julio salió en el taxi con un primo paterno. El destino de los pródigos está determinado por sus actos irresponsables. Así fue el destino de Carlos Julio. Pensó que era dueño de las carreteras. Se creyó todo un dios en el volante, capaz de superar la velocidad del relámpago. Pero ese domingo, triste y fatídico, manejó con mucha velocidad y segó la vida de una pobre mujer. La atropelló y la mató de hecho. Una vida más que se siega por la necedad de un chofer que no le importó su vida ni la de los demás. El carro fue a dar a un barranco. El primo de Carlos Julio quedó inconsciente, pero fue auxiliado e ingresado en el hospital. Carlos Julio perdió todo lo que su padre le dio. A una tía de Carlos Julio le escuché la siguiente expresión, hablando en nombre del padre de Carlos Julio: "Desde el cielo, mi hermano le estará diciendo al hijo: ´todo te lo di y todo te lo quité, ahora te quedas sin nada para que no hagas sufrir más a mi mujer, a mi hija ya mis nietos´, porque esto es lo que siempre buscó este muchacho".
¡Pobre Carlos Julio! Ahora vivirá huyendo eternamente de la Justicia terrernal para no pagar por la vida de una inocente.
lunes, 18 de agosto de 2014
La Cuca
Juan
Pérez nunca supo que su visita al campo le enseñaría la más grande de las
lecciones personales: ser obediente. Toda la vida tendría presente que
desobedecer a los mayores le acarrearía graves consecuencias. Fue
el 02 de noviembre de 1995, día de los fieles difuntos, que se celebró un gran
baile en honor de aquellos seres que, según los antiguos, ya estaban en la
gloria de Dios. Para tal fecha los pobladores de San Antonio, pueblo donde Juan
fue de vacaciones, ya tenían preparado el baile tradicional en honor de los que
ya no estaban en esta tierra. Juan estaba muy animado en ir al baile.
Pedro
Pérez y Mariana Anchundia, abuelos de Juan, no le dieron permiso para disfrutar
del baile. Ellos no tenían buenas relaciones personales con sus vecinos,
porque, según las malas lenguas, eran quienes se robaban constantemente sus
vacas y gallinas.
La
mañana del día de los difuntos, doña mariana le dijo a Juan:
-¡Debes
obedecer a tu abuelo! Tu abuelo es tu segundo padre.
Juan,
mirando al cielo, le contestó:
-Sí
abuelita, no te preocupes. No iré al baile.
Sin
embargo, los abuelos de Juan, no dudaron
en recomendarle que si llegase a
desobedecer las órdenes impuestas, la Cuca vendría de la montaña a darle su merecido. Pero, Juan, haciéndose el
sordo, no le tomó la menor importancia a lo antes dicho.
Ya
se escuchaban los alborotos que la gente producía por motivo de la fiesta. Los
abuelos de Juan se enfurecieron porque no veían motivo alguno en festejar a los
finados. Juan, inquieto por naturaleza, no pudo soportar el encierro en la casa
de sus abuelos. Así que, sin importarle las disposiciones de sus segundos
padres, planificó escaparse por la noche, por la puerta posterior de la casa.
Juan tuvo que esperar que sus abuelos se durmieran profundamente.
Antes
del anochecer, la abuela de Juan, le contó muchas leyendas referentes a las
apariciones de algunos muertitos, como ella les decía. Le dijo que en la noche
del 02 de noviembre, las almas de los difuntos salían a visitar a sus
familiares. Juan escuchó atentamente, pero no le creyó ni una sola palabra.
Asomó
la noche y con ella toda clase de espectros y sonidos provenientes de
ultratumba. Antes de irse a dormir, Mariana fue al dormitorio de Juan, le
abrazó y le dijo:
-Hijo
de mi corazón. Espero que comprendas nuestras órdenes. No es bueno que te
mezcles con la gente del pueblo. Ellos son envidiosos y sólo se han dedicado a
robarnos.
Juan,
disimulando una falsa aceptación, contestó:
-Yo
les entiendo, pero no acepto sus órdenes. No debemos guardar resentimientos. Sin
embargo, yo tengo que obedecerles.
Mariana,
creída de las palabras de su nieto, le respondió:
-¡Has
respondido sabiamente! Tus palabras me dejan más tranquila.
Juan
esperó que sus abuelos estuvieran profundamente dormidos para emprender la
fuga. Las lechuzas, fieles mensajeras de Luzbel, anunciaron las once de la
noche. Los abuelos de Juan dormían plácidamente.
Él
salió de su cuarto. Caminó de puntillas para evitar ruidos. El silencio guió
sus pasos hasta la salida de la casa. Salió a divertirse en honor de los no
vivos. Juan, lleno de alegría, llegó al salón de baile donde bailó con cuantas
mujeres quiso. Conversó de sus amoríos citadinos. Sus amigos quedaron
sorprendidos. Las chicas se enamoraron de Juan. En memoria de los muertos, toda
la fiesta fue un derroche de diversiones.
Todo
llegó a su fin. La fiesta terminó. Ya no
había personas. Uno que otro borracho deambulaba por los senderos del pueblo.
Juan, cansado y feliz de tanto bailar, emprendió el regreso a casa. Las tristes
lechuzas dejaban escuchar sus melancólicos cantos. Juan caminó lentamente hacia
su casa, pues estaba mareado por las copas de licor que hubo consumido. De
repente, sintió que sus huesos se endurecían. Un frío glacial congeló su
cuerpo. Sus nervios se alteraron. No supo el porqué de su actual estado. Pero
lo pudo comprobar cuando ante sus ojos resplandecía un ser que nunca había
visto en su vida. Este ser no tenía aspecto humano. No pisaba siquiera una
mínima parte del suelo. Este ser venido del más allá, levitaba, y para asombro
de Juan, era La Cuca, el ser que
venía de la montaña a asustar a todos aquellos que desobedecían a sus padres.
La Cuca se dirigió hacia él y éste corrió como alma que lleva el diablo. Corrió
y corrió hasta que llegó, sin darse cuenta, a la montaña de donde salía la
cuca.
La
Cuca le dijo a Juan:
-¿Por
qué desobedeciste a tus abuelos? No supiste acaso que yo tengo la misión de
asustar a todos los desobedientes de San Antonio.
Juan,
lleno de miedo y llorando, le respondió:
-Salí
de mi casa porque ya tengo la suficiente edad para divertirme. Yo no tengo
ningún problema con las gentes de San Antonio.
La
Cuca contestó:
-Las
mismas excusas de siempre. La edad no nos permite hacer lo que nos dé la gana.
La edad es una mentira. Puedes tener mil años y eso no te garantiza el que seas
maduro y responsable de tus actos.
Juan,
casi sin palabras, contestó:
-Sólo
hago uso de mi libertad. Quise divertirme. No es pecado la diversión.
La
Cuca, no contenta con las respuestas de Juan, siguió respondiendo:
-Pero
tú haces uso del libertinaje. El mal uso de la libertad te conduce a terribles
abismos de los cuales son pocos los que salen libres.
Juan
reconoció sus faltas y respondió:
-Pues
si hay tiempo para arrepentirse del mal uso de mi libertad, quiero remediar mis
errores cometidos.
La
Cuca, con rostro satisfecho, replicó:
-Pues
en nombre de todas aquellas personas obedientes habidas y por haber, te ordeno
que regreses a casa. Nunca más desobedezcas a tus abuelos. La obediencia
construye al hombre. El miedo que has sentido al verme te sirva de lección. Los
desobedientes siempre reciben su paga.
Juan
regresó sollozando a casa. Por la misma puerta que salió, entró. Sus abuelos
aún seguían durmiendo. Nadie lo vio llegar. Sólo su consciencia es testigo de
lo sucedido con aquel ser venido de la montaña. Según los pobladores de San
Antonio, La Cuca, fue una chica llamada Isabel Flores que, en vida se dedicó a
desobedecer a sus padres. Sus padres se llamaban Pedro Flores y Anastasia
Holguín. Isabel hizo siempre su voluntad. Sus padres sufrieron mucho. Hasta que
un día, su madre, se cansó y maldijo a su hija, condenándole a vagar por el
mundo, después de la muerte. Le dijo que nunca encontraría el descanso eterno.
Vagaría toda la vida sin lograr la paz eterna. Esta maldición condenó el alma
de Isabel a vivir recluida en la montaña, desde donde venía a reprender a todos
aquellos que osaran desobedecer a sus padres.
Los abuelos de Juan se levantaron al rayar el alba. Juan dormía como un bebé. Sus abuelos nunca supieron que su nieto había pasado el peor de los sustos. Por medio de la Cuca él aprendió que una de las virtudes que ennoblece al ser humano es la obediencia. Juan, inquiero desde su nacimiento, aprendió, a través del susto, que los desobedientes siempre reciben su recompensa. La Cuca le ayudó a cambiar sus actitudes. Juan se convirtió en un chico noble y obediente.
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