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domingo, 13 de julio de 2014

El origen de los ceibos




En aquel tiempo cuando reinaba la Paz y la Justicia en la Tierra, Zenin, dios todopoderoso y creador de todo cuanto existe, creó la raza humana. Hombres y mujeres fueron creados del plátano y tuvieron como hogar los campos de Manabí. Zenin se gozaba de su obra maestra, los hombres y las mujeres, pues del plátano fueron creados sus huesos  y su carne y su alma la recibieron del soplo del aliento de su creador. Después de haber sido creados, les dio la siguiente orden divina: “Hombres y mujeres, hechura de mis manos, hoy les entrego toda la creación. Reciban todo en abundancia. Todo es de ustedes. Y recuerden que siempre obedecerán mis órdenes, solo a mí rendirán culto, solo yo debo estar en sus pensamientos. Ningún otro dios deberá ser invocado por ustedes. Cumplan mis palabras y vivirán eternamente felices”.

Todo era perfecto. Hombres y mujeres vivían en paz con la Naturaleza y todos sus hijos. Sin embargo, Demin, hermano de Zenin, nunca estuvo de acuerdo con la creación de los seres humanos, pues afirmaba que los dioses no necesitan de seres mortales para existir. Envidioso siempre de su hermano por ser el creador de todo y tener todo el poder sobre el Universo, decidió engañar a los hombres y mujeres.

Cierto día, bajó a la Tierra convertido en murciélago y congregó a todos los humanos en torno suyo y les habló de esta manera: “Hombres y mujeres, hijos de Zenin, dios creador y regidor del Universo, escúchenme. Soy un enviado de vuestro padre creador. Me manda decirles que cada uno se designe a sí mismo dios de lo que ustedes deseen, pues él y los demás dioses han decido tener representantes en la Tierra. Ha llegado el momento que los humanos sean como los dioses”. Demin agitó sus alas y mediante ondas sonoras invisibles pudo dejar grabado su mensaje en las mentes y los corazones de los humanos. Y como el veloz relámpago ascendió velozmente hacia el cielo y desapareció.

Hombres y mujeres, simultáneamente, se fueron nombrando dioses regidores de todo cuanto existe. Así surgieron los dioses de los ríos, de los mares, de los vientos, de los volcanes, de las aves, de los felinos, de todo lo que puebla la tierra. Demin los engañó hasta el extremo. Zenin no se había percatado que sus hijos estaban corrompiéndose por el deseo desenfrenado de ser dioses. Zenin se asomó a los balcones de su morada celestial y pudo darse cuenta que hombres y mujeres empezaron a luchar entre ellos por ganar cada uno su respectivo espacio. Al ver tremendas abominaciones, llamó a Kuntur, su fiel cóndor y juntos, más veloces que la luz, descendieron a la Tierra. Hizo escuchar su voz en toda la Tierra y congregó a sus hijos en torno a él. Lleno de tristeza y enojo, les habló con estas palabras: “¿Qué les ha pasado? ¿Por qué luchan entre sí? ¿Qué es eso de que ustedes son dioses de la Tierra? Yo soy el creador de todo cuanto existe. Solo mis hermanos y yo somos los responsables del orden del Universo, no ustedes. ¿Quién les ha llevado a comportarse así?”. Habló uno de ellos que ostentaba ser el dios de los ríos: “Demin, hermano tuyo, en figura de murciélago, vino en nombre tuyo, nos dijo que tú y los demás dioses habían permitido que nosotros nos designemos dioses de lo que deseemos. Dijo ser tu enviado, por tanto, obedecimos sus palabras y ahora cada uno luchamos por tener nuestra parte en la Tierra”.

Zenin, después de haber escuchado las palabras del “dios de los ríos”, pronunció con voz potente el siguiente designio: “Hombres y mujeres, hechura de mis manos, por haber obedecido las palabras de Demin, hoy los castigo por toda la eternidad. Dejarán de ser humanos y desde hoy serán ceibos. Vivirán eternamente  con sus brazos extendidos hacia el cielo suplicando siempre mi perdón, hasta que mi ira haya cesado contra ustedes y les devuelva su antigua figura. Por haber querido tener su propio hogar, ahora serán el hogar de las aves y los murciélagos. Crecerán muy alto por haber dejado crecer su orgullo. Retendrán el agua en su interior para que puedan vivir durante ciento cincuenta años. Nadie usará su madera. Vivirán para siempre en el bosque seco. Para que ningún roedor acabe con ustedes, de su tronco crecerán espinas que los protejan de ellos. El viento se encargará de llevar vuestra semilla para regarla sobre la tierra y así perpetuar su especie. De sus frutos, saldrá una lana que en otros tiempos usarán para rellenar almohadas. La parte central de su tronco se ensanchará como si fuera a explotar por haber deseado ser dioses. Ya cercanos a su ocaso, empezarán a secarse y abrirse hasta caer envejecidos sobre la tierra. Todo esto se cumplirá hasta que mi ira haya cesado contra ustedes y les devuelva su antigua figura. Y tú, Demin, hermano mío, por haberte manifestado a la raza humana en forma de murciélago, vivirás eternamente de esa forma. Dormirás de día y saldrás por la noche a comer los frutos de la tierra. Por haber engañado a los hombres y las mujeres, tu nuevo hogar serán los ceibos y vivirás ahí tú y tu descendencia hasta que mi ira haya cesado. Desde hoy dejas de ser dios y serás para siempre murciélago. Nunca más volverás a la morada eterna de los dioses”. Dicho todo esto, los humanos quedaron convertidos en ceibos y los murciélagos pasaron a dormir durante el día dentro de la nueva especie de árboles.



Lucía