Todo
estaba oscuro, más oscuro que las noches del inframundo. Nadie vio, nadie
presenció la matanza de una inocente enfermera que toda su vida la dedicó al
servicio de los enfermos. El criminal perfecto, lleno de sentimientos macabros,
le segó la vida a Nancy Pérez, enfermera de profesión del hospital “Mercurio”,
donde hacía ya 25 años que se había entregado por completo a la atención
humilde y solícita hacia aquellos enfermos del alma y del cuerpo. Fue la noche
del 31 de octubre del 2011 en que la señora de la limpieza, doña Doris Pesantes,
entró a la sala de reuniones y pudo contemplar una escena sangrienta, digna de
toda una carnicería. Sí, doña Doris encontró a la enfermera Nancy Pérez, tirada
en el suelo, bañada en su propia sangre, con los siguientes detalles: labios y
orejas cortados, piezas dentales fuera de su lugar, ojos arrancados, abdomen y
vientre abierto, con los intestinos desparramados, cabello rapado y dedos
arrancados. Doña Doris, una vez contemplada esta masacre, salió corriendo a
avisarle al Dr. Carlos Cedeño, director del hospital, para que diera parte a la
policía. Todo el hospital, a eso de las once de la noche se convirtió en el
centro de la atracción de todos. Llegaron los medios de comunicación. Toda la
ciudad de San Jorge estaba conmocionada ante este brutal crimen. Al parecer, el
criminal no había dejado rastro alguno de su crimen, por ello, todo el personal
del “Mercurio” se convirtió en sospechoso. Todos comentaban que Nancy no tenía
enemigos. Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra. Sin embargo,
las malas lenguas ya dejaban salir sus ideas temerarias respecto del presunto
criminal. Todos decían que los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano
tenían que ver algo en ese caso. Eran los únicos empleados que no tenían
amistad con la difunta Nancy. Los Servidores de la Justicia aparecieron para el
levantamiento del cadáver. Los familiares de Nancy, llenos de odio y tristeza,
llevaron a cabo todos los trámites legales hasta terminar con la cristiana
sepultura de tan bondadosa enfermera. Los parientes de Nancy no se resignaron
ante la muerte de ella, por tanto, contrataron los servicios secretos del
inspector Jorge Delgado, detective privado, con 25 años de experiencia en las
artes detectivescas, formado en las bases secretas de Rusia. Alejandro Robles,
esposo de Nancy, hizo los contactos con aquel detective para que consiguiera a
como dé lugar al o los criminales. Así que el día 02 de noviembre del 2011,
llegó a San Jorge, vestido de vendedor de libros, el famoso Jorge Delgado, para
evitar que fuera identificado como detective. Llegó a casa de Alejandro, tomó
todos los datos posibles de la fallecida y se fue al hospital “Mercurio” en son
de conseguir el trabajo de conserje que, por casualidades de la vida, estaba
vacante. En un dos por tres, Jorge Delgado ya estaba trabajando como conserje.
Rápidamente entabló amistad con todo el personal de servicio de aquella casa de
salud. Con su gran sentido del humor, pudo obtener información, sobre todo, de
doña Doris, puesto que además de servir en la limpieza, era la famosa lleva y
trae de todos los chismes del hospital. Doris le dijo a Jorge que,
supuestamente, Nancy fue amante del Dr. Carlos Cedeño y que, los enfermeros
Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano, acabaron con la vida de aquella, dado que
ambos le tenían envidia. Jorge Delgado dedujo lo siguiente: “El Dr. Carlos
Cedeño es el director del hospital “Mercurio”. Nancy Pérez fue su enfermera de
confianza. Eduardo Mendoza estaba locamente enamorado de Nancy, pero nunca le
hizo caso. Olimpia Zambrano estaba enamorada del director del hospital, pero
nunca pudo ganarse el amor ni la confianza de él. Ambos enfermeros odiaban a
muerte a Nancy. En consecuencia, ambos mataron a Nancy”. El silogismo lo
descubría todo. Pero, eran meras suposiciones. Así que fue más allá del asunto.
Empezó con la búsqueda de las pistas antes de inculpar a los presuntos autores
físicos e intelectuales de la muerte de Nancy. El día 13 de diciembre, el Dr.
Carlos Cedeño lo envió a limpiar el lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida
de Nancy, porque hasta la fecha, la policía de San Jorge no había empezado las
investigaciones del caso. Jorge fue a la brevedad del tiempo a limpiar dicho
lugar. En cuanto lo abrió, olores desagradables llegaron a su nariz y casi
pierde el conocimiento. La sangre ya estaba negra y pegada al suelo. Empezó a
limpiar baldosa por baldosa. Usó sustancias desinfectantes muy poderosas para
sacar todas las manchas de sangre y las bacterias que ya habían hecho su morada
en aquel suelo. Cepilló y cepilló, casi hasta romper el suelo. De repente,
cuatro baldosas se levantaron de la presión que Jorge ejercía con la escoba al
intentar sacar todo rastro de sangre. Con mucha delicadeza fue apartando las
baldosas para ver qué era lo que había debajo de ellas. Tal fue su impresión al
encontrar allí una sierra eléctrica, un bisturí, un alicate, una máquina de
cortar cabello, un hacha, un cincel y un frasco de formol. Muchas ideas
nacieron en la mente de Jorge. El aguijón de la curiosidad ya había puesto su
veneno en cada una de sus neuronas. Así que, muy meticulosamente, dedujo las
siguientes conclusiones: “Eduardo y Olimpia, cegados por los celos y la
envidia, decidieron matar a Nancy. La fiel enfermera, digna de toda la
confianza del director del hospital, estuvo descansando en las horas libres del
turno de la noche. Sus brutales asesinos la estaban esperando escondidos detrás
de los archivadores de la sala de reuniones. Al entrar Nancy en aquel lugar
sintió que ya la muerte la estaba esperando pues un viento frío pasó rozando su
cuerpo. De pronto, se apagaron las luces de la sala. Nancy no perdió la calma y
esperó a que el sistema eléctrico se arreglara. En unos instantes, de entre las
sombras, salieron dos esbirros de la muerte y la sujetaron fuertemente y, con
un pañuelo empapado en formol, la durmieron. Encendieron las luces y se armó
una carnicería. Con la sierra eléctrica, Eduardo le cortó los labios y las
orejas. Con el alicate, Olimpia le fue sacando cada una de las piezas dentales.
Con la máquina de cortar cabello, la raparon. Con el bisturí, le abrieron el
abdomen y el vientre. Con el cincel le extirparon los ojos. Y, con el hacha, le
arrancaron los dedos. Estos criminales, casi perfectos, escondieron las armas
homicidas debajo del suelo de aquella sala. Así que levantaron cuatro baldosas,
pusieron allí aquellos utensilios, pero no se dieron cuenta que sus
credenciales de trabajo también quedaron sepultadas allí por equivocación, pues
se cayeron del bolsillo de sus mandiles sin que se dieran cuenta”. Jorge ya
tenía casi todo listo. Sus deducciones lo acercaban más a los criminales. Sólo
faltaba encontrar el momento oportuno para confirmar sus inferencias. Así que
decidió que en la misma sala que sirvió de altar sacrificial para Nancy,
serviría de emboscada para comprobar su culpabilidad. Entonces, decidió dejar
allí, oculto en uno de los floreros, un pequeño micrófono que permitiría grabar
todas las conversaciones de los que entraran a la sala de reuniones. Llegó el
año 2012. La policía de San Jorge, recién abría el expediente para iniciar las
investigaciones del caso “Mercurio”, pero ya Jorge Delgado les llevaba la
delantera. Fue un 25 de enero de aquel nuevo año que Eduardo y Olimpia fueron a
descansar en sus horas libres del turno de trabajo. Olimpia se sentó
plácidamente en uno de los sofás y empezó a reírse a carcajadas, al momento se
le unió Eduardo. Olimpia exclamó: “Ineptos policías de San Jorge, nunca darán
con nosotros. Somos los criminales perfectos. Nunca sabrán que tú y yo, le
dimos muerte a esa mosca muerta”. Pobre mujer, no sabía que sus palabras ya la
habían condenado. Todo su discurso fue escuchado por el director del hospital,
pues éste sabía muy bien, desde el principio, que Jorge Delgado no era un
simple conserje, sino también detective. Escuchó todos los comentarios de
Olimpia y Eduardo. Los grabaron y fueron llevados inmediatamente a la jefatura
de policía. El 26 de enero del 2012, Olimpia y Eduardo eran escoltados por
muchos policías. Los jueces de turno condenaron a este par de alimañas a 90
años de prisión de máxima seguridad, a cadena perpetua y trabajos forzados. Los
familiares de Nancy ya estaban en paz porque al fin se estaba condenando a
estos desterrados de la vida por tan horrendo crimen. El hospital “Mercurio”
pudo gozar de paz y tranquilidad al saber que el alma de Nancy ya descansaba en
paz. Y todos se quedaron sorprendidos al saber que el humilde conserje fue el
responsable de descubrir a ese par de rufianes. Jorge Delgado, habiendo
terminado sus investigaciones, se fue del hospital, en medio de una sonada
fiesta de agradecimiento, diciendo las siguientes palabras: “Amigos míos, sepan
que la Policía ni el Estado me pagan por mis investigaciones. Tampoco soy la
última rueda del coche para suplir la inoperancia de los Servidores de la
Justicia. Una cosa sí les digo, mientras haya criminales y casos que a la luz
de la razón y la verdad no se puedan resolver, yo no los dejaré en paz. Yo, iré
al mismo infierno, si es posible, hasta encontrar a los desalmados que andan
por el mundo quitando vidas o haciendo fechorías en perjuicio del prójimo. Yo
no les daré rienda suelta a estos proscritos de la sociedad que, sin tener
rumbo cierto, andan vagando por este valle de lágrimas, queriendo hacer reinar
el mal. La Justicia me eligió desde el vientre materno para castigar los
crímenes del mundo. Lo digo, lo confirmo y lo vivo. Gracias a todos. ¡Que viva
la Justicia! ¡Que viva la Verdad!
AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.