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miércoles, 31 de octubre de 2012

LOS ENFERMEROS DE LA MUERTE



Todo estaba oscuro, más oscuro que las noches del inframundo. Nadie vio, nadie presenció la matanza de una inocente enfermera que toda su vida la dedicó al servicio de los enfermos. El criminal perfecto, lleno de sentimientos macabros, le segó la vida a Nancy Pérez, enfermera de profesión del hospital “Mercurio”, donde hacía ya 25 años que se había entregado por completo a la atención humilde y solícita hacia aquellos enfermos del alma y del cuerpo. Fue la noche del 31 de octubre del 2011 en que la señora de la limpieza, doña Doris Pesantes, entró a la sala de reuniones y pudo contemplar una escena sangrienta, digna de toda una carnicería. Sí, doña Doris encontró a la enfermera Nancy Pérez, tirada en el suelo, bañada en su propia sangre, con los siguientes detalles: labios y orejas cortados, piezas dentales fuera de su lugar, ojos arrancados, abdomen y vientre abierto, con los intestinos desparramados, cabello rapado y dedos arrancados. Doña Doris, una vez contemplada esta masacre, salió corriendo a avisarle al Dr. Carlos Cedeño, director del hospital, para que diera parte a la policía. Todo el hospital, a eso de las once de la noche se convirtió en el centro de la atracción de todos. Llegaron los medios de comunicación. Toda la ciudad de San Jorge estaba conmocionada ante este brutal crimen. Al parecer, el criminal no había dejado rastro alguno de su crimen, por ello, todo el personal del “Mercurio” se convirtió en sospechoso. Todos comentaban que Nancy no tenía enemigos. Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, las malas lenguas ya dejaban salir sus ideas temerarias respecto del presunto criminal. Todos decían que los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano tenían que ver algo en ese caso. Eran los únicos empleados que no tenían amistad con la difunta Nancy. Los Servidores de la Justicia aparecieron para el levantamiento del cadáver. Los familiares de Nancy, llenos de odio y tristeza, llevaron a cabo todos los trámites legales hasta terminar con la cristiana sepultura de tan bondadosa enfermera. Los parientes de Nancy no se resignaron ante la muerte de ella, por tanto, contrataron los servicios secretos del inspector Jorge Delgado, detective privado, con 25 años de experiencia en las artes detectivescas, formado en las bases secretas de Rusia. Alejandro Robles, esposo de Nancy, hizo los contactos con aquel detective para que consiguiera a como dé lugar al o los criminales. Así que el día 02 de noviembre del 2011, llegó a San Jorge, vestido de vendedor de libros, el famoso Jorge Delgado, para evitar que fuera identificado como detective. Llegó a casa de Alejandro, tomó todos los datos posibles de la fallecida y se fue al hospital “Mercurio” en son de conseguir el trabajo de conserje que, por casualidades de la vida, estaba vacante. En un dos por tres, Jorge Delgado ya estaba trabajando como conserje. Rápidamente entabló amistad con todo el personal de servicio de aquella casa de salud. Con su gran sentido del humor, pudo obtener información, sobre todo, de doña Doris, puesto que además de servir en la limpieza, era la famosa lleva y trae de todos los chismes del hospital. Doris le dijo a Jorge que, supuestamente, Nancy fue amante del Dr. Carlos Cedeño y que, los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano, acabaron con la vida de aquella, dado que ambos le tenían envidia. Jorge Delgado dedujo lo siguiente: “El Dr. Carlos Cedeño es el director del hospital “Mercurio”. Nancy Pérez fue su enfermera de confianza. Eduardo Mendoza estaba locamente enamorado de Nancy, pero nunca le hizo caso. Olimpia Zambrano estaba enamorada del director del hospital, pero nunca pudo ganarse el amor ni la confianza de él. Ambos enfermeros odiaban a muerte a Nancy. En consecuencia, ambos mataron a Nancy”. El silogismo lo descubría todo. Pero, eran meras suposiciones. Así que fue más allá del asunto. Empezó con la búsqueda de las pistas antes de inculpar a los presuntos autores físicos e intelectuales de la muerte de Nancy. El día 13 de diciembre, el Dr. Carlos Cedeño lo envió a limpiar el lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida de Nancy, porque hasta la fecha, la policía de San Jorge no había empezado las investigaciones del caso. Jorge fue a la brevedad del tiempo a limpiar dicho lugar. En cuanto lo abrió, olores desagradables llegaron a su nariz y casi pierde el conocimiento. La sangre ya estaba negra y pegada al suelo. Empezó a limpiar baldosa por baldosa. Usó sustancias desinfectantes muy poderosas para sacar todas las manchas de sangre y las bacterias que ya habían hecho su morada en aquel suelo. Cepilló y cepilló, casi hasta romper el suelo. De repente, cuatro baldosas se levantaron de la presión que Jorge ejercía con la escoba al intentar sacar todo rastro de sangre. Con mucha delicadeza fue apartando las baldosas para ver qué era lo que había debajo de ellas. Tal fue su impresión al encontrar allí una sierra eléctrica, un bisturí, un alicate, una máquina de cortar cabello, un hacha, un cincel y un frasco de formol. Muchas ideas nacieron en la mente de Jorge. El aguijón de la curiosidad ya había puesto su veneno en cada una de sus neuronas. Así que, muy meticulosamente, dedujo las siguientes conclusiones: “Eduardo y Olimpia, cegados por los celos y la envidia, decidieron matar a Nancy. La fiel enfermera, digna de toda la confianza del director del hospital, estuvo descansando en las horas libres del turno de la noche. Sus brutales asesinos la estaban esperando escondidos detrás de los archivadores de la sala de reuniones. Al entrar Nancy en aquel lugar sintió que ya la muerte la estaba esperando pues un viento frío pasó rozando su cuerpo. De pronto, se apagaron las luces de la sala. Nancy no perdió la calma y esperó a que el sistema eléctrico se arreglara. En unos instantes, de entre las sombras, salieron dos esbirros de la muerte y la sujetaron fuertemente y, con un pañuelo empapado en formol, la durmieron. Encendieron las luces y se armó una carnicería. Con la sierra eléctrica, Eduardo le cortó los labios y las orejas. Con el alicate, Olimpia le fue sacando cada una de las piezas dentales. Con la máquina de cortar cabello, la raparon. Con el bisturí, le abrieron el abdomen y el vientre. Con el cincel le extirparon los ojos. Y, con el hacha, le arrancaron los dedos. Estos criminales, casi perfectos, escondieron las armas homicidas debajo del suelo de aquella sala. Así que levantaron cuatro baldosas, pusieron allí aquellos utensilios, pero no se dieron cuenta que sus credenciales de trabajo también quedaron sepultadas allí por equivocación, pues se cayeron del bolsillo de sus mandiles sin que se dieran cuenta”. Jorge ya tenía casi todo listo. Sus deducciones lo acercaban más a los criminales. Sólo faltaba encontrar el momento oportuno para confirmar sus inferencias. Así que decidió que en la misma sala que sirvió de altar sacrificial para Nancy, serviría de emboscada para comprobar su culpabilidad. Entonces, decidió dejar allí, oculto en uno de los floreros, un pequeño micrófono que permitiría grabar todas las conversaciones de los que entraran a la sala de reuniones. Llegó el año 2012. La policía de San Jorge, recién abría el expediente para iniciar las investigaciones del caso “Mercurio”, pero ya Jorge Delgado les llevaba la delantera. Fue un 25 de enero de aquel nuevo año que Eduardo y Olimpia fueron a descansar en sus horas libres del turno de trabajo. Olimpia se sentó plácidamente en uno de los sofás y empezó a reírse a carcajadas, al momento se le unió Eduardo. Olimpia exclamó: “Ineptos policías de San Jorge, nunca darán con nosotros. Somos los criminales perfectos. Nunca sabrán que tú y yo, le dimos muerte a esa mosca muerta”. Pobre mujer, no sabía que sus palabras ya la habían condenado. Todo su discurso fue escuchado por el director del hospital, pues éste sabía muy bien, desde el principio, que Jorge Delgado no era un simple conserje, sino también detective. Escuchó todos los comentarios de Olimpia y Eduardo. Los grabaron y fueron llevados inmediatamente a la jefatura de policía. El 26 de enero del 2012, Olimpia y Eduardo eran escoltados por muchos policías. Los jueces de turno condenaron a este par de alimañas a 90 años de prisión de máxima seguridad, a cadena perpetua y trabajos forzados. Los familiares de Nancy ya estaban en paz porque al fin se estaba condenando a estos desterrados de la vida por tan horrendo crimen. El hospital “Mercurio” pudo gozar de paz y tranquilidad al saber que el alma de Nancy ya descansaba en paz. Y todos se quedaron sorprendidos al saber que el humilde conserje fue el responsable de descubrir a ese par de rufianes. Jorge Delgado, habiendo terminado sus investigaciones, se fue del hospital, en medio de una sonada fiesta de agradecimiento, diciendo las siguientes palabras: “Amigos míos, sepan que la Policía ni el Estado me pagan por mis investigaciones. Tampoco soy la última rueda del coche para suplir la inoperancia de los Servidores de la Justicia. Una cosa sí les digo, mientras haya criminales y casos que a la luz de la razón y la verdad no se puedan resolver, yo no los dejaré en paz. Yo, iré al mismo infierno, si es posible, hasta encontrar a los desalmados que andan por el mundo quitando vidas o haciendo fechorías en perjuicio del prójimo. Yo no les daré rienda suelta a estos proscritos de la sociedad que, sin tener rumbo cierto, andan vagando por este valle de lágrimas, queriendo hacer reinar el mal. La Justicia me eligió desde el vientre materno para castigar los crímenes del mundo. Lo digo, lo confirmo y lo vivo. Gracias a todos. ¡Que viva la Justicia! ¡Que viva la  Verdad!

AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.

sábado, 6 de octubre de 2012

MANTACRÓPOLIS





MANTACRÓPOLIS

Allá por el año 2500 D.C. nuestra querida ciudad de Manta había perdido toda su belleza, debido a la falta de agua y a toda la contaminación que produjo la construcción de la refinería del Pacífico. El cielo se tornó gris, el aire, espeso y, el sol llegó a incrementar el calor, lo que produjo que todos nuestros árboles desaparecieran. El sistema presidencial había desaparecido. Cada provincia tenía un líder el cual gobernaba a todas las familias. El Ecuador de los Incas se estaba desmoronando. Para aquel entonces Manta se había convertido en un gran centro de avances científicos. Los pocos científicos habían descubierto un planeta verde similar al nuestro el cual fue bautizado como planeta Umiña. Era el mes de enero y este mismo grupo de científicos nos informaron que Manta desaparecería el 15 de diciembre del año 2500. Así que los poquísimos pobladores junto con los científicos decidimos construir una poderosa nave para salvar nuestras vidas. Los habitantes de Manta estábamos siendo liderados por el capitán Yoryo, el cual, con todas sus capacidades físicas e intelectuales, se puso al servicio de nuestro pueblo.

Para llegar al planeta Umiña construimos una magnífica nave espacial. Trabajamos días y noches sin descanso, hasta que pudimos construir un inmenso barco el cual viajaría por el espacio mediante cien mil cohetes dispuestos en la base de este nuevo invento. El combustible de la nave era una mezcla de cobre, estaño, hierro y aluminio fundidos. La nave tenía una longitud de diez mil metros de largo por quinientos metros de ancho. La nave fue construida de diamantes y esmeraldas extraídos desde las profundidades de la Isla de la Plata. Reunimos toneladas de diamantes y ciento de miles de esmeraldas que fueron fundidos para poder construir el armazón, las bases y todo el cuerpo de la nave. En ella colocamos las computadoras más avanzadas con la tecnología de punta que nuestros científicos habían desarrollado.
Llegó el día fatídico, 15 de diciembre y, con lágrimas en nuestros ojos, encendimos nuestra nave y emprendimos el viaje sin retorno mientras veíamos a Manta  y al mundo entero explotar en mil pedazos. Viajamos millones y millones de años luz. Contemplamos a nuestro paso cada uno de los planetas que habíamos estudiado a través de láminas educativas. ¡Cuán hermoso fue contemplar las estrellas! Nuestra nave superó la velocidad de la luz y tardamos en llegar a nuestro nuevo hogar en menos de 200 años. Para no envejecer, tuvimos que encerrarnos en cápsulas de suspensión temporal, es decir, al quedarnos encerrados en las cápsulas, el tiempo no afectaría nuestros cuerpos y mantendríamos la misma edad con la que salimos de la Tierra. Las cápsulas estaban programadas para despertarnos después de los 200 años (según nuestros cálculos) que tardaríamos en llegar a nuestro nuevo hogar, situado en la galaxia de Andrómeda. Al fin, llegamos a nuestro nuevo domicilio. El planeta Umiña tenía forma de cubo donde encontramos árboles de todos los colores, animales que tenían alas, inmensas extensiones de aguas cristalinas. El aire que rodeaba al planeta Umiña era muy suave y delicioso. El sol no quemaba nuestra piel. La luna salía todas las noches y de sus rayos pudimos conseguir energía suficiente para iluminar nuestras casas.

A ejemplo de los conquistadores españoles decidimos fundar la primera ciudad cuyo nombre fue Mantacrópolis en recuerdo de nuestra ciudad de Manta y porque ahora estábamos en lo más alto del firmamento, más allá de las estrellas. Empezamos una nueva vida en este planeta. Construimos nuestras casas con la madera metálica que salía de los árboles de aquellos parajes. Levantamos gigantescos tanques reservorios de agua los cuales abastecían a nuestros hogares. Hicimos surcos en la tierra para dividir las calles hechas de caucho galáctico. No pudimos salir de Manta sin olvidarnos de llevar nuestras semillas y animales para que se perpetuaran. Así que no pasamos hambre por los nuevos alimentos que encontramos en Umiña. Nuestras especies también se desarrollaron allí. Lo más sorprendente de este planeta fue haber encontrado especies fantásticas, nunca antes vistas, tales como: asnos voladores, cóndores de plumaje dorado como el sol, gallinas de vuelo veloz,  monos corredores, leones con cuerpo de lobos, entre otras especies.

Somos diez familias las que llegamos, sanos y salvos, a Umiña. De cada una de ellas, somos diez jóvenes que estamos explorando este nuevo mundo cuyo cielo es más verde que las esmeraldas. Ellos son: Elián, Eliana, Alejandro, Alejandra, Damián, Damiana, Yulián, Yuliana, Eduarda y yo, Eduardo, quien les ha contado a ustedes, esta travesía que aún no acaba, porque no sabemos qué secretos guarda el planeta Umiña y seguimos siendo liderados por el capitán Yoryo. Sólo sé que asombrosas y galácticas aventuras nos esperan. Así que no se desconecten del sistema, porque seré quien les siga narrando nuestras hazañas por nuestra consolidación como la nueva raza de seres humanos presentes en el espacio infinito.




AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.

viernes, 21 de septiembre de 2012

LA EMPERATRIZ



LA EMPERATRIZ
ACTO I
ESCENA I
Discuten Estrella y Ernesto. Estrella es la mamá de Ernesto a quien sobreprotege mucho y lo trata como uno de sus sirvientes.



ESTRELLA: Te dije que aquí se hace mi voluntad.
ERNESTO: ¿Soy acaso tu sirviente?
ESTRELLA: No eres mi esclavo, pero aquí se cumple mi voluntad.
ERNESTO: ¿Y cuál es tu voluntad?
ESTRELLA: Todo lo que dispongo en mi casa debe cumplirse.
ERNESTO: Pues creo que no he hecho lo contrario.
ESTRELLA: Entonces, por qué sales sin permiso alguno.
ERNESTO: Creo que estoy en la edad de salir cuando me plazca.
ESTRELLA: ¡Mientras vivas bajo mi techo me pides permiso!
ERNESTO: Te recuerdo que soy mayor de edad.
ESTRELLA: Lo sé, sin embargo no puedes evadir mi autoridad.
ERNESTO: No quiero discutir más contigo.
ESTRELLA: Encima de todo me tuteas, pedazo de igualado y majadero.
ERNESTO: Pues reconoce mi condición de hijo y respétame.
ESTRELLA: Aunque tengas mil años, tienes que obedecerme.
ERNESTO: No sé por qué gasto mis palabras con un ser que no entiende.
ESTRELLA: ¿Qué te crees, engendro de Lucifer? ¡Soy tu madre!
ERNESTO: ¡Basta ya! Soy tu hijo, no tu esclavo. ¡Mide tus palabras!
ESTRELLA: ¡Calla insolente! ¡Calla desvergonzado! ¡Respétame!
ERNESTO: ¡Aquí se termina todo! ¡Me voy! ¡No soporto más!

ESCENA II
Brisa, tía de Ernesto, intenta hacer recapacitar a su sobrino, porque se ha ido de la casa, sin embargo, no consigue su propósito.

ERNESTO: ¡Carajo! Tuve que salir de casa. No soporto más.
BRISA: Hijo de mi alma. No te exaltes. No te desesperes.
ERNESTO: Es que tú no estás en mis zapatos.
BRISA: Yo sé cómo es Estrella. Tiene ínfulas de emperatriz.
ERNESTO: ¿Qué emperatriz? Esa mujer es una vil tirana.
BRISA: Aunque ella sea así, debes respetarla, pues es tu madre.
ERNESTO: Una madre no tiraniza ni oprime a sus hijos.
BRISA: Es que usted no ha comprendido a su madre.
ERNESTO: Yo sólo sé que soy mayor de edad. No soy un niño.
BRISA: La edad no nos permite desobedecer a nuestros padres.
ERNESTO: Éstos son otros tiempos. La edad antigua ya pasó.
BRISA: El tiempo no educa al hombre.
ERNESTO: Yo no soy esclavo de nadie. Yo no tengo patrón.
BRISA: El hombre sabio honra a sus padres.
ERNESTO: No quiero recordar aquella tarde tormentosa.
BRISA: Hijo de mi alma, reflexiona, medita. No te encierres en ti mismo.
ERNESTO: ¡Caramba! Nadie me entiende. Para qué existo entonces.
BRISA: Debes saber que lejos de tu casa, todo es soledad.
ERNESTO: Mi destino es la soledad. Y con gusto lo aceptaré.
BRISA: El destino no existe. El destino es una mentira.
ERNESTO: ¡Qué pena! El destino es una certeza. Nadie escapa del destino.
BRISA: Que los santos se apiaden de ti, querido sobrino.

ACTO II
ESCENA I
Ernesto regresa a casa, pero con la intención de dar muerte a Estrella. En el fondo, Ernesto siempre ha querido la muerte de su madre.

ERNESTO: ¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta! ¡Abran!
ESTRELLA: ¡Quién golpea tan fuerte la puerta! ¡Ya voy en seguida!
ERNESTO: Como siempre, nunca estás atenta a las visitas.
ESTRELLA: ¿Qué viento te trae por mi casa? El otro día saliste como un loco.
ERNESTO: No te metas en mi vida. Esta casa también es mía.
ESTRELLA: ¡Basta ya! Respétame, soy tu madre. No seas insolente.
ERNESTO: Tú crees que por tener dinero, puedes humillarme cuando quieras.
ESTRELLA: No relaciones una cosa con otra. Aprende a respetarme, insolente.
ERNESTO: El respeto no se exige. El respeto se consigue con el ejemplo.
ESTRELLA: Me cansé de ti. Nunca debí traerte al mundo. Ojalá te murieras.
ERNESTO: ¡Jajajaja! No hables muy duro. La muerte vendrá por ti muy pronto.
ESTRELLA: ¿Qué quieres decir? ¿Acaso vas a matar a tu propia madre?
ERNESTO: Me has dado una buena idea, pero, desde siempre has estado muerta.
ESTRELLA: ¿Qué sabes tú de la muerte? Todos estamos destinados a morir.
ERNESTO: Es una realidad inexorable. Pero, algunos deben morir más pronto.
ESTRELLA: ¿Acaso eres Dios para saber cuándo alguien va a morir?
ERNESTO: El hombre es como un dios. Yo soy libre de hacer lo que quiera.
ESTRELLA: ¡Haz lo que quieras! Mátame, si eso te hace feliz sobre la tierra.
ERNESTO: No te preocupes. Tus deseos pronto se harán realidad.
ESTRELLA: Te detesto, hijo de nadie.  Sal de mi presencia, remedo de hombre.


ESCENA II
Ernesto, lleno de rabia, habla consigo mismo y profiere insultos en contra de su madre. Resuelto a todo, maquina la muerte de Estrella.

ERNESTO: Estoy cansado de esta vieja. No soporto más sus actitudes.
Por qué Dios, si es que existe, me dio a este monstruo como madre.
No entiendo cómo pueden existir seres tan viles sobre la tierra.
Esta mujer se le debió escapar al mismo Satanás, al mismo Satanás.
Todos sus berrinches son un concierto infernal.
Sus palabras chocantes son puñales de doble filo.
¿Cómo se puede vivir con esta mujer que es hermana de las harpías?
Ni el mismo infierno tendría lugar para esta mujer.
No soy feliz viviendo junto a esta mujer que dice ser mi madre.
Mi existencia sólo se reduce a infelicidad.
Cada día que pasa la vida se vuelve más dura conmigo.
¿Acaso le debo algo al destino o a la vida misma?
A veces siento que Estrella no es mi madre.
¿Dónde estará mi verdadera madre?
¿Por qué la vida es injusta conmigo?
Otros son felices, mientras yo vivo recluido bajo la sombra de Medusa.
Todos los días son una eternidad para mí.
¿Cuándo se acabará mi suplicio?
Yo no soy cualquier ser humano. No soy un ser de costumbres.
No soy bestia de carga para soportar tanto castigo al lado de mi querida madre.
Sólo un tonto tendría lomo de asno para soportar tanto castigo.
Pero esta situación tiene que terminar. Todo en esta vida tiene su fin.
Todo acaba. Todo fenece. Nada es eterno. Nada es para siempre.
¿Qué puedo hacer para que se acabe la existencia de este ser?
¿Qué puedo hacer para que esta víbora deje de propagar su veneno?
¡Ya sé lo que haré!
Podría decir que me duele, pero estaré salvando al mundo de un terrible mal.
Seres como éste no deben vivir bajo el mismo cielo.
La vida de los seres humanos se vuelve más hermosa cuando desaparecen aquellos que hacen infeliz nuestra existencia sobre la faz de la tierra.
Pues no queda de otra. Mañana en la noche la mataré.
No, yo no la mataré. Ya tengo la forma perfecta de matar a mi pobre madre.
No mancharé mis manos de sangre. No seré otro sucio matricida.
¡Milagro de la existencia! Tengo la forma perfecta de segarle la vida.
Le amargaré la vida todos los días hasta que se canse de mí.
Así, ella misma se matará.
Cuando el ser humano se propone hostigar a otros, consigue grandes hazañas.
¡Qué inteligente soy! Seré el criminal perfecto.
La humanidad me lo agradecerá eternamente.
Acabaré con un ser que sólo ha existido para amargarme la vida.
No tengo la culpa de su muerte.
Ella lo ha pedido a gritos. Yo cumpliré con sus deseos.
Seré feliz por siempre. Libraré al mundo de una plaga más.


ACTO III
ESCENA I
Ernesto da comienzo a sus propósitos. Una serie de inconvenientes incomodan mucho a Estrella. Ambos discuten entre dimes y diretes.

ERNESTO: Un nuevo día. Hoy empiezo con mi empresa.
ESTRELLA: ¡Levántate, ocioso! El desayuno está servido.
ERNESTO: Ya voy, esposa de Lucifer. No grites más que no estoy sordo.
ESTRELLA: Deja de llamarme así. ¿Cuándo vas a respetarme?
ERNESTO: Cuando te vayas de la casa o de este mundo.
ESTRELLA: ¡Cállate, insolente! Come rápido y déjame en paz.
ERNESTO: Pronto descansarás en paz. ¿Qué hiciste de comer?
ESTRELLA: Huevos revueltos, pan tostado, leche chocolatada y jugo de naranja.
ERNESTO: ¡Qué! Ya cambia de menú. Eres una ociosa sin medida.
ESTRELLA: ¿Qué te has creído? Traga rápido. Yo no soy tu sirvienta.
ERNESTO: Bueno, bueno. Déjame comer en paz. Me puede dar indigestión.
ESTRELLA: Eres un bruto. Eres un malcriado. Eres un altanero.
ERNESTO: Eres una bruta. Eres una malcriada. Eres una altanera.
ESTRELLA: Ahora qué te dio. No repitas lo que digo, majadero.
ERNESTO: Ya cállate, urraca. No martirices a la humanidad.
ESTRELLA: Te detesto, pedazo de malcriado. ¡Lárgate de mi casa!
ERNESTO: No te preocupes, quien se largará será otra.
ESTRELLA: Sólo muerta, me largaré de mi casa.
ERNESTO: ¡Qué bien! Pronto te largarás y serás feliz.
ESTRELLA: Nunca serás feliz. Seré una sombra en tu vida.

ERNESTO: Una sombra más, una sombra menos, qué importa.

ESCENA II
Ernesto busca las maneras para provocarle disgustos a Estrella. Los diálogos se desarrollan en el dormitorio de Ernesto.

ESTRELLA: Ya no sé qué hacer con este engendro. Ojalá se fuera de la casa.
ERNESTO: ¡Estrella, Estrella! ¿Dónde está mi ropa? Ven rápido a mi dormitorio.
ESTRELLA: Búscala, holgazán. Yo no soy tu esclava. Búscala tú.
ERNESTO: ¿Para qué estás en esta casa? Cumple con tus funciones de mujer.
ESTRELLA: Soy mujer. Soy tu madre. No soy tu sirvienta.
ERNESTO: Entonces qué eres. Mira, búscame la ropa y deja de aullar.
ESTRELLA: ¡No te soporto, hijo de Lucifer! Busca tu ropa en la cesta.
ERNESTO: Aquí está mi ropa, pero está más ajada que tus cabellos.
ESTRELLA: ¡Cállate, desadaptado! Eres el error más grande de mi vida.
ERNESTO: Y tú qué eres. Eres una piedra en mi camino. No me dejas respirar.
ESTRELLA: Pues hasta el día de mi muerte no te dejaré en paz.
ERNESTO: ¡Qué palabras más sabias te he escuchado! Pronto estarás en paz.
ESTRELLA: Y sigues con lo mismo. Si me quieres matar, hazlo de una vez.
ERNESTO: No mancharé mis manos con la sangre de mi querida madre.
ESTRELLA: Eres tan irónico. Algún día pagarás todas tus ofensas.
ERNESTO: Tú ya las estás pagando.
ESTRELLA: Que Dios te perdone. Yo nunca te perdonaré.
ERNESTO: ¿Dios existe? Dios es un mito. No invoques a quien no existe.
ESTRELLA: Yo sé que existe. Y le pido perdón de todos mis pecados.
ERNESTO: Eres una mediocre al creer en un ser que no ves.
ESTRELLA: ¡No blasfemes más, renegado de la fe! No te condenes más.
ERNESTO: Todos estamos condenados a pagar nuestras culpas en esta tierra.

ACTO IV
ESCENA I
Ernesto sigue hostigando a su madre. Ahora los diálogos se desarrollan en la hora del almuerzo. Estrella está al borde de la locura.

ERNESTO: ¿A qué hora sirves tu bendito almuerzo?
ESTRELLA: Otra vez tú. Espera, bueno para nada. Ya te sirvo tu comida.
ERNESTO: Eso espero, dueña de nada. No tengo tu tiempo para esperarte mucho.
ESTRELLA: Cada minuto junto a ti se me hace una eternidad.
ERNESTO: Ya cállate, anciana decrépita. Sírveme el almuerzo que tengo hambre.
ESTRELLA: Todas tus palabras te las tragarás algún día.
ERNESTO: Lo mismo de siempre. ¿Qué hiciste de comer, queridísima madre?
ESTRELLA: Deja de ser hipócrita. Cociné sopa de fideo, arroz y carne apanada.
ERNESTO: Bueno, sirve tu comida que me muero de hambre.
ESTRELLA: Pues, muérete de una vez. Me dejarías en paz para siempre.
ERNESTO: Yo ya quiero verte muerta. Así seré el hombre más feliz.
ESTRELLA: ¡Desgraciado! Ni con la muerte, te perdonaré.
ERNESTO: Ya muérete y deja de fastidiar mi existencia.
ESTRELLA: ¿Qué mal te he hecho para que me odies tanto?
ERNESTO: Tu existencia es el peor de los males.
ESTRELLA: Un día de éstos, no me verás. Ojalá seas feliz.
ERNESTO: Ambos seremos felices: yo en esta vida y tú en la otra, si es que hay.
ESTRELLA: Los remordimientos de consciencia nunca te dejarán en paz.
ERNESTO: La consciencia no existe. Esa pequeña voz es una fábula.
ESTRELLA: Eres un ateo. Ni en ti mismo has de creer. Eres un infeliz.
ERNESTO: Mi infelicidad pronto se acabará, cuando ya no estés tú.

ESCENA II
Estrella, cansada de los insultos de su hijo, decide quitarse la vida dejándose picar por unos escorpiones que tenía de colección. Ernesto llora desconsoladamente.

ESTRELLA: No puedo más con este hijo. Sus palabras me hieren mucho el alma.
¿Qué hice Dios para merecer tanto el desprecio de mi unigénito?
Acaso es este el castigo que me da la vida por haberme escapado de la casa.
No lo creo. Cuando salí de mi casa, yo ya era mayor de edad.
Si escapé de mi casa es porque no soportaba más el desprecio de mi madre.
Mi madre me despreció tan sólo porque le recordaba el rostro de mi padre.
Mi padre le fue infiel a mi madre. Pero yo no tuve la culpa de sus actos.
No soporto más los insultos de mi hijo.
Yo me desviví por él. No quise que pasara hambre. Luché como fiera por él.
A pesar de haber sido madre soltera, nunca le di malos ejemplos.
Aunque el padre de Ernesto me abandonó, nunca odié a mi hijo.
El infeliz de mi marido se burló de mí. Pero yo asumí mi responsabilidad.
Crié a mi hijo como una verdadera madre. Pero la realidad es otra.
¿En qué fallé? ¿Es pecado sobreproteger exageradamente a un hijo?
¿Me excedí mucho en los insultos? No podía permitir que me tratara así.
Pero, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Es mejor que desaparezca de este mundo. Mi hijo tiene que ser feliz.
Hoy mismo se acaba mi vida. Sólo estuve de paso. Tengo que salir de este mundo.
Quiero ver la verdadera luz. Quiero ver a Dios en quien tanto confié.
¿Cómo desaparecer de este mundo? ¿Cómo evitar derramamiento de sangre?
Ya sé. Tengo la solución frente a mí. Ustedes serán mis verdugos.
Ustedes serán mis jueces. Ustedes me segarán la vida. Así mi veneno acabará.
Vengan a mí, heraldos de la muerte. Denme su veneno. Denme la muerte.
Vengan a mí, hijos de la noche. Descarguen su veneno en mi ser. Denme la muerte.
Vengan a mí, asesinos del silencio. Denme su dulce veneno. Denme la muerte.
Vengan a mí, queridos escorpiones. Cumplan su misión. Denme la muerte.

Ernesto no encuentra a su madre. La busca por toda la casa. Sube al dormitorio de Estrella y la encuentra exánime. Su cuerpo está rígido como el mármol. Ernesto consiguió su propósito. Llora como un niño.

ERNESTO: He aquí que he cumplido con mi empresa.
No me he manchado de sangre. La muerte se ha llevado a mi madre.
El mundo puede respirar paz en estos momentos.
Seres como mi madre no pueden vivir bajo el mismo cielo que nosotros.
Ahora soy feliz. Ahora soy libre. El mundo es mío. No tengo más tiranos.
El reinado de la emperatriz llegó a su fin.
No más insultos. No más días de infelicidad.
Con la muerte de este ser, la infelicidad se ha ido. Hoy soy feliz.
Soy el criminal perfecto. No te maté, madre. Tú misma buscaste la muerte.
Soy inocente de  todo cargo. Me lavo las manos como Poncio Pilatos.
Todo tiene su fin. Todo acaba en esta vida. Todos tenemos un destino.
Mi destino es ser feliz conmigo mismo. Adiós, madre mía. Adiós.

AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilliga Delgado.

Lucía