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sábado, 6 de octubre de 2012

MANTACRÓPOLIS





MANTACRÓPOLIS

Allá por el año 2500 D.C. nuestra querida ciudad de Manta había perdido toda su belleza, debido a la falta de agua y a toda la contaminación que produjo la construcción de la refinería del Pacífico. El cielo se tornó gris, el aire, espeso y, el sol llegó a incrementar el calor, lo que produjo que todos nuestros árboles desaparecieran. El sistema presidencial había desaparecido. Cada provincia tenía un líder el cual gobernaba a todas las familias. El Ecuador de los Incas se estaba desmoronando. Para aquel entonces Manta se había convertido en un gran centro de avances científicos. Los pocos científicos habían descubierto un planeta verde similar al nuestro el cual fue bautizado como planeta Umiña. Era el mes de enero y este mismo grupo de científicos nos informaron que Manta desaparecería el 15 de diciembre del año 2500. Así que los poquísimos pobladores junto con los científicos decidimos construir una poderosa nave para salvar nuestras vidas. Los habitantes de Manta estábamos siendo liderados por el capitán Yoryo, el cual, con todas sus capacidades físicas e intelectuales, se puso al servicio de nuestro pueblo.

Para llegar al planeta Umiña construimos una magnífica nave espacial. Trabajamos días y noches sin descanso, hasta que pudimos construir un inmenso barco el cual viajaría por el espacio mediante cien mil cohetes dispuestos en la base de este nuevo invento. El combustible de la nave era una mezcla de cobre, estaño, hierro y aluminio fundidos. La nave tenía una longitud de diez mil metros de largo por quinientos metros de ancho. La nave fue construida de diamantes y esmeraldas extraídos desde las profundidades de la Isla de la Plata. Reunimos toneladas de diamantes y ciento de miles de esmeraldas que fueron fundidos para poder construir el armazón, las bases y todo el cuerpo de la nave. En ella colocamos las computadoras más avanzadas con la tecnología de punta que nuestros científicos habían desarrollado.
Llegó el día fatídico, 15 de diciembre y, con lágrimas en nuestros ojos, encendimos nuestra nave y emprendimos el viaje sin retorno mientras veíamos a Manta  y al mundo entero explotar en mil pedazos. Viajamos millones y millones de años luz. Contemplamos a nuestro paso cada uno de los planetas que habíamos estudiado a través de láminas educativas. ¡Cuán hermoso fue contemplar las estrellas! Nuestra nave superó la velocidad de la luz y tardamos en llegar a nuestro nuevo hogar en menos de 200 años. Para no envejecer, tuvimos que encerrarnos en cápsulas de suspensión temporal, es decir, al quedarnos encerrados en las cápsulas, el tiempo no afectaría nuestros cuerpos y mantendríamos la misma edad con la que salimos de la Tierra. Las cápsulas estaban programadas para despertarnos después de los 200 años (según nuestros cálculos) que tardaríamos en llegar a nuestro nuevo hogar, situado en la galaxia de Andrómeda. Al fin, llegamos a nuestro nuevo domicilio. El planeta Umiña tenía forma de cubo donde encontramos árboles de todos los colores, animales que tenían alas, inmensas extensiones de aguas cristalinas. El aire que rodeaba al planeta Umiña era muy suave y delicioso. El sol no quemaba nuestra piel. La luna salía todas las noches y de sus rayos pudimos conseguir energía suficiente para iluminar nuestras casas.

A ejemplo de los conquistadores españoles decidimos fundar la primera ciudad cuyo nombre fue Mantacrópolis en recuerdo de nuestra ciudad de Manta y porque ahora estábamos en lo más alto del firmamento, más allá de las estrellas. Empezamos una nueva vida en este planeta. Construimos nuestras casas con la madera metálica que salía de los árboles de aquellos parajes. Levantamos gigantescos tanques reservorios de agua los cuales abastecían a nuestros hogares. Hicimos surcos en la tierra para dividir las calles hechas de caucho galáctico. No pudimos salir de Manta sin olvidarnos de llevar nuestras semillas y animales para que se perpetuaran. Así que no pasamos hambre por los nuevos alimentos que encontramos en Umiña. Nuestras especies también se desarrollaron allí. Lo más sorprendente de este planeta fue haber encontrado especies fantásticas, nunca antes vistas, tales como: asnos voladores, cóndores de plumaje dorado como el sol, gallinas de vuelo veloz,  monos corredores, leones con cuerpo de lobos, entre otras especies.

Somos diez familias las que llegamos, sanos y salvos, a Umiña. De cada una de ellas, somos diez jóvenes que estamos explorando este nuevo mundo cuyo cielo es más verde que las esmeraldas. Ellos son: Elián, Eliana, Alejandro, Alejandra, Damián, Damiana, Yulián, Yuliana, Eduarda y yo, Eduardo, quien les ha contado a ustedes, esta travesía que aún no acaba, porque no sabemos qué secretos guarda el planeta Umiña y seguimos siendo liderados por el capitán Yoryo. Sólo sé que asombrosas y galácticas aventuras nos esperan. Así que no se desconecten del sistema, porque seré quien les siga narrando nuestras hazañas por nuestra consolidación como la nueva raza de seres humanos presentes en el espacio infinito.




AUTOR: Lic. Jorge Luis Pilligua Delgado.

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