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martes, 19 de agosto de 2014

El caso de Nancy Pérez




Todo estaba oscuro, más oscuro que las noches del inframundo. Nadie vio, nadie presenció la matanza de una inocente enfermera que toda su vida la dedicó al servicio de los enfermos. El criminal perfecto, lleno de sentimientos macabros, le segó la vida a Nancy Pérez, enfermera de profesión del hospital “Mercurio”, donde hacía ya 25 años que se había entregado por completo a la atención humilde y solícita hacia aquellos enfermos del alma y del cuerpo. Fue la noche del 31 de octubre del 2011 en que la señora de la limpieza, doña Doris Pesantes, entró a la sala de reuniones y pudo contemplar una escena sangrienta, digna de toda una carnicería. Sí, doña Doris encontró a la enfermera Nancy Pérez, tirada en el suelo, bañada en su propia sangre, con los siguientes detalles: labios y orejas cortados, piezas dentales fuera de su lugar, ojos arrancados, abdomen y vientre abierto, con los intestinos desparramados, cabello rapado y dedos arrancados. Doña Doris, una vez contemplada esta masacre, salió corriendo a avisarle al Dr. Carlos Cedeño, director del hospital, para que diera parte a la policía. Todo el hospital, a eso de las once de la noche se convirtió en el centro de la atracción de todos. Llegaron los medios de comunicación. Toda la ciudad de San Jorge estaba conmocionada ante este brutal crimen. Al parecer, el criminal no había dejado rastro alguno de su crimen, por ello, todo el personal del “Mercurio” se convirtió en sospechoso. Todos comentaban que Nancy no tenía enemigos. Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, las malas lenguas ya dejaban salir sus ideas temerarias respecto del presunto criminal. Todos decían que los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano tenían que ver algo en ese caso. Eran los únicos empleados que no tenían amistad con la difunta Nancy. Los Servidores de la Justicia aparecieron para el levantamiento del cadáver. Los familiares de Nancy, llenos de odio y tristeza, llevaron a cabo todos los trámites legales hasta terminar con la cristiana sepultura de tan bondadosa enfermera. Los parientes de Nancy no se resignaron ante la muerte de ella, por tanto, contrataron los servicios secretos del inspector Jorge Delgado, detective privado, con 25 años de experiencia en las artes detectivescas, formado en las bases secretas de Rusia. Alejandro Robles, esposo de Nancy, hizo los contactos con aquel detective para que consiguiera a como dé lugar al o los criminales. Así que el día 02 de noviembre del 2011, llegó a San Jorge, vestido de vendedor de libros, el famoso Jorge Delgado, para evitar que fuera identificado como detective. Llegó a casa de Alejandro, tomó todos los datos posibles de la fallecida y se fue al hospital “Mercurio” en son de conseguir el trabajo de conserje que, por casualidades de la vida, estaba vacante. En un dos por tres, Jorge Delgado ya estaba trabajando como conserje. Rápidamente entabló amistad con todo el personal de servicio de aquella casa de salud. Con su gran sentido del humor, pudo obtener información, sobre todo, de doña Doris, puesto que además de servir en la limpieza, era la famosa lleva y trae de todos los chismes del hospital. Doris le dijo a Jorge que, supuestamente, Nancy fue amante del Dr. Carlos Cedeño y que, los enfermeros Eduardo Mendoza y Olimpia Zambrano, acabaron con la vida de aquella, dado que ambos le tenían envidia. Jorge Delgado dedujo lo siguiente: “El Dr. Carlos Cedeño es el director del hospital “Mercurio”. Nancy Pérez fue su enfermera de confianza. Eduardo Mendoza estaba locamente enamorado de Nancy, pero nunca le hizo caso. Olimpia Zambrano estaba enamorada del director del hospital, pero nunca pudo ganarse el amor ni la confianza de él. Ambos enfermeros odiaban a muerte a Nancy. En consecuencia, ambos mataron a Nancy”. El silogismo lo descubría todo. Pero, eran meras suposiciones. Así que fue más allá del asunto. Empezó con la búsqueda de las pistas antes de inculpar a los presuntos autores físicos e intelectuales de la muerte de Nancy. El día 13 de diciembre, el Dr. Carlos Cedeño lo envió a limpiar el lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida de Nancy, porque hasta la fecha, la policía de San Jorge no había empezado las investigaciones del caso. Jorge fue a la brevedad del tiempo a limpiar dicho lugar. En cuanto lo abrió, olores desagradables llegaron a su nariz y casi pierde el conocimiento. La sangre ya estaba negra y pegada al suelo. Empezó a limpiar baldosa por baldosa. Usó sustancias desinfectantes muy poderosas para sacar todas las manchas de sangre y las bacterias que ya habían hecho su morada en aquel suelo. Cepilló y cepilló, casi hasta romper el suelo. De repente, cuatro baldosas se levantaron de la presión que Jorge ejercía con la escoba al intentar sacar todo rastro de sangre. Con mucha delicadeza fue apartando las baldosas para ver qué era lo que había debajo de ellas. Tal fue su impresión al encontrar allí una sierra eléctrica, un bisturí, un alicate, una máquina de cortar cabello, un hacha, un cincel y un frasco de formol. Muchas ideas nacieron en la mente de Jorge. El aguijón de la curiosidad ya había puesto su veneno en cada una de sus neuronas. Así que, muy meticulosamente, dedujo las siguientes conclusiones: “Eduardo y Olimpia, cegados por los celos y la envidia, decidieron matar a Nancy. La fiel enfermera, digna de toda la confianza del director del hospital, estuvo descansando en las horas libres del turno de la noche. Sus brutales asesinos la estaban esperando escondidos detrás de los archivadores de la sala de reuniones. Al entrar Nancy en aquel lugar sintió que ya la muerte la estaba esperando pues un viento frío pasó rozando su cuerpo. De pronto, se apagaron las luces de la sala. Nancy no perdió la calma y esperó a que el sistema eléctrico se arreglara. En unos instantes, de entre las sombras, salieron dos esbirros de la muerte y la sujetaron fuertemente y, con un pañuelo empapado en formol, la durmieron. Encendieron las luces y se armó una carnicería. Con la sierra eléctrica, Eduardo le cortó los labios y las orejas. Con el alicate, Olimpia le fue sacando cada una de las piezas dentales. Con la máquina de cortar cabello, la raparon. Con el bisturí, le abrieron el abdomen y el vientre. Con el cincel le extirparon los ojos. Y, con el hacha, le arrancaron los dedos. Estos criminales, casi perfectos, escondieron las armas homicidas debajo del suelo de aquella sala. Así que levantaron cuatro baldosas, pusieron allí aquellos utensilios, pero no se dieron cuenta que sus credenciales de trabajo también quedaron sepultadas allí por equivocación, pues se cayeron del bolsillo de sus mandiles sin que se dieran cuenta”. Jorge ya tenía casi todo listo. Sus deducciones lo acercaban más a los criminales. Sólo faltaba encontrar el momento oportuno para confirmar sus inferencias. Así que decidió que en la misma sala que sirvió de altar sacrificial para Nancy, serviría de emboscada para comprobar su culpabilidad. Entonces, decidió dejar allí, oculto en uno de los floreros, un pequeño micrófono que permitiría grabar todas las conversaciones de los que entraran a la sala de reuniones. Llegó el año 2012. La policía de San Jorge, recién abría el expediente para iniciar las investigaciones del caso “Mercurio”, pero ya Jorge Delgado les llevaba la delantera. Fue un 25 de enero de aquel nuevo año que Eduardo y Olimpia fueron a descansar en sus horas libres del turno de trabajo. Olimpia se sentó plácidamente en uno de los sofás y empezó a reírse a carcajadas, al momento se le unió Eduardo. Olimpia exclamó: “Ineptos policías de San Jorge, nunca darán con nosotros. Somos los criminales perfectos. Nunca sabrán que tú y yo, le dimos muerte a esa mosca muerta”. Pobre mujer, no sabía que sus palabras ya la habían condenado. Todo su discurso fue escuchado por el director del hospital, pues éste sabía muy bien, desde el principio, que Jorge Delgado no era un simple conserje, sino también detective. Escuchó todos los comentarios de Olimpia y Eduardo. Los grabaron y fueron llevados inmediatamente a la jefatura de policía. El 26 de enero del 2012, Olimpia y Eduardo eran escoltados por muchos policías. Los jueces de turno condenaron a este par de alimañas a 90 años de prisión de máxima seguridad, a cadena perpetua y trabajos forzados. Los familiares de Nancy ya estaban en paz porque al fin se estaba condenando a estos desterrados de la vida por tan horrendo crimen. El hospital “Mercurio” pudo gozar de paz y tranquilidad al saber que el alma de Nancy ya descansaba en paz. Y todos se quedaron sorprendidos al saber que el humilde conserje fue el responsable de descubrir a ese par de rufianes. Jorge Delgado, habiendo terminado sus investigaciones, se fue del hospital, en medio de una sonada fiesta de agradecimiento, diciendo las siguientes palabras: “Amigos míos, sepan que la Policía ni el Estado me pagan por mis investigaciones. Tampoco soy la última rueda del coche para suplir la inoperancia de los Servidores de la Justicia. Una cosa sí les digo, mientras haya criminales y casos que a la luz de la razón y la verdad no se puedan resolver, yo no los dejaré en paz. Yo, iré al mismo infierno, si es posible, hasta encontrar a los desalmados que andan por el mundo quitando vidas o haciendo fechorías en perjuicio del prójimo. Yo no les daré rienda suelta a estos proscritos de la sociedad que, sin tener rumbo cierto, andan vagando por este valle de lágrimas, queriendo hacer reinar el mal. La Justicia me eligió desde el vientre materno para castigar los crímenes del mundo. Lo digo, lo confirmo y lo vivo. Gracias a todos. ¡Que viva la Justicia! ¡Que viva la  Verdad!

El burro valiente



Había una vez en un reino muy lejano, seres, tantos humanos como animales que se entendían y hablaban nuestro idioma. En este reino el sol y la luna reinaban juntos. No había noche.  Todo era luz. Las estrellas jugaban con los seres humanos. Los animales, en todas sus especies, eran buenos amigos de hombres y mujeres. Los habitantes de este reino no tenían reyes. Cada familia era responsable de sus actos. Cada padre de familia gobernaba su hogar junto a su esposa. Los ríos eran de cristal puro. Las montañas eran muy elevadas y casi que tocaban el cielo. Los árboles eran tan altos como las montañas. El mar era muy claro que se podía ver todo cuanto había en él. Resulta ser que en este reino vivía una familia de campesinos que tenían seis hijos. El papá se llama Antenor, la mamá, Astrid. Su hijos se llamaban: Calisto, Damaris, Homero, Irene, Leonidas y Urania. Esta familia tenía un burro y un caballo que les servían en todas sus tareas diarias. Eran muy buenos amigos. El burro era fuerte, respetuoso y hablaba elegantemente. El caballo era robusto, delicado, pero su lenguaje era muy orgulloso.
 
Un día la familia salió al campo a descansar. Llevaron comida y todo lo necesario para una tarde en familia. Asimismo fueron el burro y el caballo cargando los alimentos en grandes alforjas. Los hijos de Antenor y Astrid jugaban con las mariposas y los gorriones que se les habían acercado. Pero, nadie se percató que Urania había tomado al burro y al caballo a los cuales llevó a pasear por el río. Amarró a los dos animales a un árbol, mientras ella decidió tomar un baño en el río. Pero ella nunca supo que el río era profundo. Urania empezó a gritar, pero ninguno de sus hermanos la pudo escuchar. El burro empezó a rebuznar fuertemente, pero el caballo ni siquiera un pequeño relincho pudo pronunciar.

El burro le dijo al caballo:
-Tenemos que salvar a Urania. Se puede ahogar. La pequeña no sabe nadar.
El caballo le contestó:
-No es mi problema. No puedo exponer mi vida por salvar a esa traviesa.
El burro volvió a decirle:
-¿Por qué eres así? Sólo piensas en ti. Nunca vas a cambiar.
El caballo no se quedó atrás y dijo:
-Anda tú, burro valiente y rescata a tu amiga. Yo no me moveré de aquí.

El burro, con mucha fuerza, pudo romper la soga que lo tenía amarrado al árbol y salió corriendo velozmente como el viento. Se tiró al río y como todo un hombre pudo nadar hasta sumergirse. El caballo viendo que no salían del río, decidió ir en busca de la familia de Urania. Todos llegaron y lloraban desesperados. Sin embargo, no perdieron la esperanza. El burro pudo salir ileso con Urania, aunque ella estaba inconsciente. Una vez que estuvieron en tierra firme, Astrid le dio respiración boca a boca a su hija. Urania recuperó el conocimiento. Todos estaban contentos. Y esa tarde, casi de noche, festejaron la hazaña heroica del burro.

La verdadera amistad nos lleva a realizar grandes hazañas.


Todo te lo di y todo te lo quité



Carlos Julio nunca supo que todo lo que recibió de su padre, cuando este aún estuvo vivo, desde el más allá, se lo quitaría, por no haber administrado correctamente sus bienes.

Nada es eterno en esta vida. Todo lo que el Cielo nos regala, nos puede ser quitado, por nuestra forma disoluta de administrar los dones del presente.

Carlos Julio, joven de veinticinco años, de ojos café claro, cabello castaño y lacio, de estatura media, muy alegre, gustoso del alcohol, desobediente en sumo grado con su madre y con su hermana mayor, mimado enormemente por su padre, siempre hizo su voluntad. A pesar de recibir todo de su padre, nunca valoró esos beneficios. Abusó de su virilidad y vivió íntimamente con cuanta mujer conoció. Ni su propia casa la respetó. En la casa de sus padres, él mantenía intimidad con sus amantes. Nunca le importó que lo escucharan o lo vieran sus familiares, cuando su cuerpo y el de sus amantes se unían para satisfacer sus instintos sexuales. Su hermana mayor estaba cansada ya de estas situaciones indecorosas. Su madre nunca le dijo nada, porque era su eternamente consentido. Por estas situaciones, Carlos Julio y su hermana mayor siempre discutieron y sus relaciones fraternales se fueron destruyendo lentamente, de la misma manera que la polilla carcome sigilosamente la madera.



El padre de Carlos Julio falleció definitivamente en enero, cuya fecha no la recuerdo exactamente. Por repetidas ocasiones estuvo a punto de morir, pero siempre regresó de la muerte, porque él siempre dijo: “Dios no me quiere todavía. El diablo es mi pana”. Quien lo escuchó, siempre dedujo que él tenía pacto con el coludo. En vida, siempre fue el dolor de cabeza de sus padres, incluso, llegó a golpear a su padre con una banda de motor de carro. Su padre lo maldijo diciéndole: “Con la misma vara que midas serás medido”… El padre de Carlos Julio también fue amigo fiel del trago. Por todo bebió, hasta por haber terminado de arreglar su carro. Dicen las malas lenguas que también abusó de su virilidad y que se tiró algunas canitas al aire, aun estando casado. Esas mismas malas lenguas dicen que violó a una prima y que, luego de consumir el acto sexual, la mató. Anduvo huyendo de la Justicia. Los pesquisas de aquella época lo buscaron cielo y tierra. Su padre y su hermano mayor fueron golpeados brutalmente por los pesquisas para que confesaran el paradero del padre de Carlos Julio. Sin embargo, no confesaron nada. A pesar de los múltiples golpes, nunca delataron al homicida y violador.

El padre de Carlos Julio tuvo muchos problemas económicos, después de haber tenido todo. Durante los últimos años de su vida, padeció de cirrosis al hígado. Esta enfermedad le dio, como característica particular, una inmensa barriga con el ombligo brotado. Antes de morir, hizo lo que pudo por dejarles con qué vivir a su familia. Les dejó un taxi, pues fue taxista de profesión.

El padre de Carlos Julio murió rodeado de sus hermanos y familiares. Pero, antes de morir, Carlos Julio le prometió a su padre que siempre velaría por su familia. Nunca cumplió con su promesa. En el fondo, quiso siempre que su padre se muriera, para hacer  todo lo que él quería. Pasaron tres años después de la muerte del padre de Carlos Julio. La madre viuda, su hermana mayor y sus dos hijos, se vieron siempre necesitados de Carlos Julio, pero él nunca se preocupó de ellos, aunque guardase el dinero que obtuvo todos los días con su taxi… Y siguió abusando de su virilidad, del alcohol y de las carreras que practicó con sus amigos taxistas en el taxi de su difunto padre.

Un domingo, Carlos Julio salió en el taxi con un primo paterno. El destino de los pródigos está determinado por sus actos irresponsables. Así fue el destino de Carlos Julio. Pensó que era dueño de las carreteras. Se creyó todo un dios en el volante, capaz de superar la velocidad del relámpago. Pero ese domingo, triste y fatídico, manejó con mucha velocidad y segó la vida de una pobre mujer. La atropelló y la mató de hecho. Una vida más que se siega por la necedad de un chofer que no le importó su vida ni la de los demás. El carro fue a dar a un barranco. El primo de Carlos Julio quedó inconsciente, pero fue auxiliado e ingresado en el hospital. Carlos Julio perdió todo lo que su padre le dio. A una tía de Carlos Julio le escuché la siguiente expresión, hablando en nombre del padre de Carlos Julio: "Desde el cielo, mi hermano le estará diciendo al hijo: ´todo te lo di y todo te lo quité, ahora te quedas sin nada para que no hagas sufrir más a mi mujer, a mi hija ya mis nietos´, porque esto es lo que siempre buscó este muchacho".
¡Pobre Carlos Julio! Ahora vivirá huyendo eternamente de la Justicia terrernal para no pagar por la vida de una inocente.



lunes, 18 de agosto de 2014

La Cuca



Juan Pérez nunca supo que su visita al campo le enseñaría la más grande de las lecciones personales: ser obediente. Toda la vida tendría presente que desobedecer a los mayores le acarrearía graves consecuencias. Fue el 02 de noviembre de 1995, día de los fieles difuntos, que se celebró un gran baile en honor de aquellos seres que, según los antiguos, ya estaban en la gloria de Dios. Para tal fecha los pobladores de San Antonio, pueblo donde Juan fue de vacaciones, ya tenían preparado el baile tradicional en honor de los que ya no estaban en esta tierra. Juan estaba muy animado en ir al baile.

Pedro Pérez y Mariana Anchundia, abuelos de Juan, no le dieron permiso para disfrutar del baile. Ellos no tenían buenas relaciones personales con sus vecinos, porque, según las malas lenguas, eran quienes se robaban constantemente sus vacas y gallinas.

La mañana del día de los difuntos, doña mariana le dijo a Juan:
-¡Debes obedecer a tu abuelo! Tu abuelo es tu segundo padre.
Juan, mirando al cielo, le contestó:
-Sí abuelita, no te preocupes. No iré al baile.

Sin embargo, los abuelos de  Juan, no dudaron en  recomendarle que si llegase a desobedecer las órdenes impuestas, la Cuca vendría de la montaña a darle su merecido. Pero, Juan, haciéndose el sordo, no le tomó la menor importancia a lo antes dicho.

Ya se escuchaban los alborotos que la gente producía por motivo de la fiesta. Los abuelos de Juan se enfurecieron porque no veían motivo alguno en festejar a los finados. Juan, inquieto por naturaleza, no pudo soportar el encierro en la casa de sus abuelos. Así que, sin importarle las disposiciones de sus segundos padres, planificó escaparse por la noche, por la puerta posterior de la casa. Juan tuvo que esperar que sus abuelos se durmieran profundamente.

Antes del anochecer, la abuela de Juan, le contó muchas leyendas referentes a las apariciones de algunos muertitos, como ella les decía. Le dijo que en la noche del 02 de noviembre, las almas de los difuntos salían a visitar a sus familiares. Juan escuchó atentamente, pero no le creyó ni una sola palabra.

Asomó la noche y con ella toda clase de espectros y sonidos provenientes de ultratumba. Antes de irse a dormir, Mariana fue al dormitorio de Juan, le abrazó y le dijo:
-Hijo de mi corazón. Espero que comprendas nuestras órdenes. No es bueno que te mezcles con la gente del pueblo. Ellos son envidiosos y sólo se han dedicado a robarnos.
Juan, disimulando una falsa aceptación, contestó:
-Yo les entiendo, pero no acepto sus órdenes. No debemos guardar resentimientos. Sin embargo, yo tengo que obedecerles.
Mariana, creída de las palabras de su nieto, le respondió:
-¡Has respondido sabiamente! Tus palabras me dejan más tranquila.

Juan esperó que sus abuelos estuvieran profundamente dormidos para emprender la fuga. Las lechuzas, fieles mensajeras de Luzbel, anunciaron las once de la noche. Los abuelos de Juan dormían plácidamente.
Él salió de su cuarto. Caminó de puntillas para evitar ruidos. El silencio guió sus pasos hasta la salida de la casa. Salió a divertirse en honor de los no vivos. Juan, lleno de alegría, llegó al salón de baile donde bailó con cuantas mujeres quiso. Conversó de sus amoríos citadinos. Sus amigos quedaron sorprendidos. Las chicas se enamoraron de Juan. En memoria de los muertos, toda la fiesta fue un derroche de diversiones.

Todo llegó a  su fin. La fiesta terminó. Ya no había personas. Uno que otro borracho deambulaba por los senderos del pueblo. Juan, cansado y feliz de tanto bailar, emprendió el regreso a casa. Las tristes lechuzas dejaban escuchar sus melancólicos cantos. Juan caminó lentamente hacia su casa, pues estaba mareado por las copas de licor que hubo consumido. De repente, sintió que sus huesos se endurecían. Un frío glacial congeló su cuerpo. Sus nervios se alteraron. No supo el porqué de su actual estado. Pero lo pudo comprobar cuando ante sus ojos resplandecía un ser que nunca había visto en su vida. Este ser no tenía aspecto humano. No pisaba siquiera una mínima parte del suelo. Este ser venido del más allá, levitaba, y para asombro de Juan, era La Cuca, el ser que venía de la montaña a asustar a todos aquellos que desobedecían a sus padres. La Cuca se dirigió hacia él y éste corrió como alma que lleva el diablo. Corrió y corrió hasta que llegó, sin darse cuenta, a la montaña de donde salía la cuca.



La Cuca le dijo a Juan:
-¿Por qué desobedeciste a tus abuelos? No supiste acaso que yo tengo la misión de asustar a todos los desobedientes de San Antonio.
Juan, lleno de miedo y llorando, le respondió:
-Salí de mi casa porque ya tengo la suficiente edad para divertirme. Yo no tengo ningún problema con las gentes de San Antonio.
La Cuca contestó:
-Las mismas excusas de siempre. La edad no nos permite hacer lo que nos dé la gana. La edad es una mentira. Puedes tener mil años y eso no te garantiza el que seas maduro y responsable de tus actos.
Juan, casi sin palabras, contestó:
-Sólo hago uso de mi libertad. Quise divertirme. No es pecado la diversión.
La Cuca, no contenta con las respuestas de Juan, siguió respondiendo:
-Pero tú haces uso del libertinaje. El mal uso de la libertad te conduce a terribles abismos de los cuales son pocos los que salen libres.
Juan reconoció sus faltas y respondió:
-Pues si hay tiempo para arrepentirse del mal uso de mi libertad, quiero remediar mis errores cometidos.
La Cuca, con rostro satisfecho, replicó:
-Pues en nombre de todas aquellas personas obedientes habidas y por haber, te ordeno que regreses a casa. Nunca más desobedezcas a tus abuelos. La obediencia construye al hombre. El miedo que has sentido al verme te sirva de lección. Los desobedientes siempre reciben su paga.

Juan regresó sollozando a casa. Por la misma puerta que salió, entró. Sus abuelos aún seguían durmiendo. Nadie lo vio llegar. Sólo su consciencia es testigo de lo sucedido con aquel ser venido de la montaña. Según los pobladores de San Antonio, La Cuca, fue una chica llamada Isabel Flores que, en vida se dedicó a desobedecer a sus padres. Sus padres se llamaban Pedro Flores y Anastasia Holguín. Isabel hizo siempre su voluntad. Sus padres sufrieron mucho. Hasta que un día, su madre, se cansó y maldijo a su hija, condenándole a vagar por el mundo, después de la muerte. Le dijo que nunca encontraría el descanso eterno. Vagaría toda la vida sin lograr la paz eterna. Esta maldición condenó el alma de Isabel a vivir recluida en la montaña, desde donde venía a reprender a todos aquellos que osaran desobedecer a sus padres.

Los abuelos de Juan se levantaron al rayar el alba. Juan dormía como un bebé. Sus abuelos nunca supieron que su nieto había pasado el peor de los sustos. Por medio de la Cuca él aprendió que una de las virtudes que ennoblece al ser humano es la obediencia. Juan, inquiero desde su nacimiento, aprendió, a través del susto, que los desobedientes siempre reciben su recompensa. La Cuca le ayudó a cambiar sus actitudes. Juan se convirtió en un chico noble y obediente.

Lucía